Fallos Clásicos |
|
|
ORGANIZACIÓN DE LOS ESTADOS AMERICANOS
CORTE INTERAMERICANA DE DERECHOS HUMANOS
Serie C: Resoluciones y Sentencias No. 4
CASO VELÁSQUEZ RODRÍGUEZ
SENTENCIA DE 29 DE JULIO DE 1988
En el caso Velásquez Rodríguez,
la Corte Interamericana de Derechos Humanos, integrada por los siguientes
jueces:
Rafael Nieto Navia, Presidente
Héctor Gros Espiell, Vicepresidente
Rodolfo E. Piza E., Juez
Thomas Buergenthal, Juez
Pedro Nikken, Juez
Héctor Fix-Zamudio, Juez
Rigoberto Espinal Irías, Juez ad hoc;
presentes, además,
Charles Moyer, Secretario, y
Manuel Ventura, Secretario Adjunto
de acuerdo con el artículo 44.1 de su Reglamento (en adelante "el
Reglamento"), dicta la siguiente sentencia sobre el presente caso
introducido por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos contra
el
Estado de Honduras.
1. Este caso fue sometido a la Corte Interamericana de Derechos Humanos (en
adelante "la Corte") por la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos (en
adelante "la Comisión") el 24 de abril de 1986. Se originó
en una denuncia
(No. 7920) contra el Estado de Honduras (en adelante "Honduras" o
"el
Gobierno"), recibida en la Secretaría de la Comisión el 7
de octubre de
1981.
2. Al introducir la demanda, la Comisión invocó los artículos
50 y 51 de la
Convención Americana sobre Derechos Humanos (en adelante "la Convención"
o
"la Convención Americana"). La Comisión sometió
este caso con el fin de que
la Corte decida si hubo violación, por parte del Estado involucrado,
de los
artículos 4 (Derecho a la Vida), 5 (Derecho a la Integridad Personal)
y 7
(Derecho a la Libertad Personal) de la Convención en perjuicio del señor
Angel Manfredo Velásquez Rodríguez (también conocido como
Manfredo
Velásquez). Asimismo, solicitó que la Corte disponga "se
reparen las
consecuencias de la situación que ha configurado la vulneración
de esos
derechos y se otorgue a la parte o partes lesionadas una justa
indemnización".
3. Según la denuncia presentada ante la Comisión y la información
complementaria recibida en los días inmediatamente siguientes, Manfredo
Velásquez, estudiante de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras,
"fue
apresado en forma violenta y sin mediar orden judicial de captura, por
elementos de la Dirección Nacional de Investigación y del G-2
(Inteligencia)
de las Fuerzas Armadas de Honduras". El apresamiento había tenido
lugar en
Tegucigalpa, el 12 de setiembre de 1981 en horas de la tarde. Los
denunciantes declararon que varios testigos oculares manifestaron que fue
llevado junto con otros detenidos a las celdas de la II Estación de la
Fuerza de Seguridad Pública ubicadas en el Barrio El Manchén de
Tegucigalpa,
donde fue sometido a "duras interrogaciones bajo crueles torturas, acusado
de supuestos delitos políticos". Agrega la denuncia que el 17 de
setiembre
de 1981 fue trasladado al I Batallón de Infantería donde prosiguieron
los
interrogatorios y que, a pesar de ésto, todos los cuerpos policiales
y de
seguridad negaron su detención.
4. Después de haber transmitido la denuncia al Gobierno, la Comisión,
en
varias oportunidades, solicitó del mismo la información correspondiente
sobre los hechos denunciados. Ante la falta de respuesta del Gobierno, la
Comisión, por aplicación del artículo 42 (antiguo art.
39) de su Reglamento,
presumió "verdaderos los hechos denunciados en la comunicación
de 7 de
octubre de 1981 relativos a la detención y posterior desaparición
del señor
Angel Manfredo Velásquez Rodríguez en la República de Honduras"
y observó al
Gobierno "que tales hechos constituyen gravísimas violaciones al
derecho a
la vida (art. 4) y al derecho de libertad personal (art. 7) de la Convención
Americana" (resolución 30/83 de 4 de octubre de 1983).
5. El 18 de noviembre de 1983 el Gobierno pidió la reconsideración
de la
resolución 30/83, argumentando que no se habían agotado los recursos
de la
jurisdicción interna; que la Dirección Nacional de Investigación
(en
adelante "DNI") desconocía el paradero de Manfredo Velásquez;
que el
Gobierno estaba haciendo todas las diligencias para esclarecer el paradero
de la persona en cuestión y que habían rumores de que Manfredo
Velásquez
"anda con grupos de guerrilleros de El Salvador".
6. El 30 de mayo de 1984 la Comisión comunicó al Gobierno que
había
acordado, "a la luz de las informaciones suministradas por Vuestro Ilustrado
Gobierno, reconsiderar la resolución 30/83, continuando con el estudio
del
caso", y solicitó información, entre otros aspectos, sobre
el agotamiento de
los recursos de la jurisdicción interna.
7. La Comisión, el 29 de enero de 1985, reiteró el pedido de
30 de mayo de
1984 y advirtió que adoptaría una decisión final sobre
este caso en su
sesión de marzo de 1985. El 1º de marzo de ese año el Gobierno
pidió que la
decisión final fuera postergada e informó que se había
establecido una
Comisión Investigadora sobre la materia. La Comisión Interamericana
accedió
el 11 de marzo a la solicitud del Gobierno y le concedió un plazo de
30 días
para enviar la información pedida, sin que ésta hubiese sido remitida
por el
Gobierno dentro del plazo.
8. El 17 de octubre de 1985 el Gobierno presentó a la Comisión
el texto del
Informe emitido por la Comisión Investigadora.
9. El 7 de abril de 1986, el Gobierno informó sobre las diligencias incoadas
contra los supuestos responsables de la desaparición de Manfredo Velásquez
y
otros, ante el Juzgado de Letras Primero de lo Criminal, el cual dictó
auto
de sobreseimiento "a excepción del General Gustavo Alvarez Martínez,
por
haberse sacado testimonio, por hallarse éste fuera del país",
decisión
posteriormente confirmada por la Corte Primera de Apelaciones.
10. La Comisión, en resolución 22/86 de 18 de abril de 1986, consideró
que
la nueva información presentada por el Gobierno no era suficiente para
ameritar una reconsideración de su resolución 30/83 y que, por
el contrario,
"de todos los elementos de juicio que obran en el caso se deduce que el
señor Angel Manfredo Velásquez Rodríguez continúa
desaparecido sin que el
Gobierno. . . haya ofrecido pruebas concluyentes que permitan establecer que
no son verdaderos los hechos denunciados". La Comisión en esta misma
resolución confirmó la 30/83 y refirió el asunto a la Corte.
I
11. La Corte es competente para conocer del presente caso. Honduras ratificó
la Convención el 8 de setiembre de 1977 y depositó, el 9 de setiembre
de
1981, el instrumento de reconocimiento de la competencia contenciosa de la
Corte a que se refiere el artículo 62 de la Convención. El caso
fue elevado
a la Corte por la Comisión, de acuerdo con los artículos 61 de
la Convención
y 50.1 y 50.2 de su Reglamento.
II
12. La demanda ante la Corte fue introducida el 24 de abril de 1986. La
Secretaría de la Corte, en cumplimiento del artículo 26.1 del
Reglamento, la
remitió al Gobierno el 13 de mayo de 1986.
13. El 23 de julio de 1986 el Juez Jorge R. Hernández Alcerro comunicó
al
Presidente de la Corte (en adelante "el Presidente") que, con fundamento
en
el artículo 19.2 del Estatuto de la Corte (en adelante "el Estatuto"),
había
"decidido excusar(se) del conocimiento de los tres casos que . . . fueron
sometidos a consideración de la Corte Interamericana de Derechos Humanos".
El Presidente aceptó la excusa y, mediante nota de esa misma fecha, informó
al Gobierno que, de acuerdo con el artículo 10.3 del Estatuto, tenía
derecho
a designar un juez ad hoc. El Gobierno, por nota de 21 de agosto de 1986,
designó para ese efecto al Abogado Rigoberto Espinal Irías.
14. El Presidente, mediante nota de 23 de julio de 1986, confirmó un
acuerdo
preliminar para que el Gobierno presentara el escrito pertinente a finales
del mes de agosto de 1986. El Gobierno solicitó, el 21 de agosto de 1986,
posponer hasta el mes de noviembre del mismo año el plazo para presentarlo.
15. Por resolución de 29 de agosto de 1986 el Presidente, después
de haber
consultado con las partes, señaló el 31 de octubre de 1986 como
fecha límite
para que el Gobierno presentara su escrito sobre este caso. A la vez fijó
el
día 15 de enero de 1987 para que la Comisión presentara el suyo
y el 1º de
marzo del mismo año como límite temporal para la presentación
de la
respuesta del Gobierno.
16. El Gobierno, en su escrito de 31 de octubre de 1986, formuló objeciones
a la admisibilidad de la demanda promovida por la Comisión.
17. El Presidente , por resolución de 11 de diciembre de 1986, a pedido
de
la Comisión, extendió el plazo de la presentación del escrito
de la misma
hasta el 20 de marzo de 1987 y prorrogó el del Gobierno para presentar
su
respuesta hasta el 25 de mayo de 1987.
18. Por resolución de 30 de enero de 1987, el Presidente aclaró
que la
demanda introducida por la Comisión, que dio inicio al presente
procedimiento, debe tenerse en esta oportunidad como la memoria prevista por
el artículo 30.3 del Reglamento y que, además, el plazo conferido
a la
Comisión hasta el 20 de marzo de 1987, es el previsto en el artículo
27.3
del mismo para presentar sus observaciones y conclusiones acerca de las
excepciones preliminares opuestas por el Gobierno. Dispuso también el
Presidente convocar a las partes a una audiencia pública para el 15 de
junio
de 1987, con el propósito de escuchar sus posiciones sobre las excepciones
preliminares y dejó abiertos los plazos procesales sobre el fondo, en
los
términos del artículo citado del Reglamento.
19. Mediante escrito de 13 de marzo de 1987, el Gobierno comunicó que,
por
cuanto
la Resolución del 30 de enero de 1987 no se circunscribe a asuntos de
mero
trámite ni a fijación de plazos, sino que incluye una labor interpretativa
y
de calificación de los escritos presentados . . . considera deseable,
al
tenor de lo dispuesto en el Artículo 25 del Estatuto de la Corte y del
Artículo 44, párrafo 2, de su Reglamento, que la Corte confirme
los términos
de la resolución del Presidente de la Corte del 30 de enero de 1987,
como
una medida tendiente a evitar ulterior confusión entre las partes, toda
vez
que siendo los primeros casos contenciosos que se someten al conocimiento de
la misma, resulta especialmente conveniente asegurar el estricto
cumplimiento y la correcta aplicación de las normas de procedimiento
de la
Corte.
20. La Comisión, en escrito que acompañó a sus observaciones
de 20 de marzo
de 1987, solicitó al Presidente que dejara sin efecto el párrafo
3 de la
resolución de 30 de enero de 1987 en el cual se fijó la fecha
para celebrar
la audiencia pública. También expresó que "(e)n ninguna
parte de su Memoria,
el Gobierno de Honduras ha presentado sus objeciones con el carácter
de
excepciones preliminares". Por su parte, el Gobierno, en nota de 11 de
junio
de 1987, se refirió a ellas como "objeciones preliminares".
21. La Corte, mediante resolución de 8 de junio de 1987, confirmó
en todos
sus términos la resolución del Presidente de 30 de enero de 1987.
22. La audiencia pública sobre las excepciones preliminares opuestas
por el
Gobierno se celebró el 15 de junio de 1987. A ella comparecieron
representantes del Gobierno y de la Comisión.
23. El 26 de junio de 1987 la Corte resolvió las excepciones preliminares
en
sentencia adoptada por unanimidad. En ella la Corte:
Desestima las excepciones preliminares opuestas por el Gobierno de Honduras,
salvo la referente al no agotamiento de los recursos de jurisdicción
interna
que ordena unir a la cuestión de fondo.
2. Continúa con el conocimiento del presente caso.
3. Reserva el pronunciamiento sobre costas para decidirlo con la cuestión
de
fondo.
(Caso Velásquez Rodríguez, Excepciones Preliminares, Sentencia
de 26 de
junio de 1987. Serie C No. 1).
24. En esa misma fecha la Corte adoptó una resolución mediante
la cual
dispuso:
1. Instruir al Presidente para que, en consulta con las partes, otorgue al
Gobierno un plazo definitivo y perentorio, que no podrá exceder del 27
de
agosto de 1987, para que presente su contramemoria sobre el fondo del asunto
y ofrezca sus pruebas, con indicación de los hechos que con cada una
pretende demostrar. El ofrecimiento de pruebas deberá indicar la forma,
ocasión y términos como desea presentarlas.
2. La Comisión, dentro de los treinta días siguientes a la comunicación
de
esta resolución, deberá ratificar por escrito su solicitud de
prueba ya
formulada, sin perjuicio de que pueda modificar o completar la ofrecida. En
tal ratificación deberá indicar los hechos que con cada una de
las pruebas
pretende demostrar y la forma, ocasión y términos como desea presentarlas.
La Comisión podrá también ampliar o modificar su ofrecimiento
de pruebas, a
la mayor brevedad, cuando haya tenido conocimiento del escrito del Gobierno
a que se refiere el punto 1 de esta resolución.
3. Instruir, asimismo, al Presidente para que, sin perjuicio de la alzada
que sea procedente ante la Corte, resuelva las cuestiones incidentales que
surjan, admita o rechace las pruebas ya ofrecidas o que se ofrecieren,
ordene la evacuación de las documentales, periciales u otras no
testimoniales que acoja, y, en consulta con las partes, convoque a la
audiencia o audiencias sobre el fondo, en las cuales se incorporarán
las
pruebas recibidas, se recibirán la declaración de testigos y peritos
que
fueren del caso y se oirán las conclusiones finales.
4. Instruir al Presidente para que gestione con las autoridades respectivas
las garantías necesarias de inmunidad y participación de los representantes
y asistentes de las partes, testigos y peritos, así como, en su caso,
delegados de la Corte.
25. La Comisión, mediante escrito de 20 de julio de 1987, ratificó
y amplió
su solicitud de prueba testimonial y ofreció prueba documental.
26. El Gobierno presentó su contramemoria y prueba documental sobre el
caso
el 27 de agosto de 1987. En ella solicitó declarar "sin lugar la
demanda
contra el Estado de Honduras en vista de no aceptar los hechos por no ser
ciertos y por no haberse agotado todavía los trámites de jurisdicción
interna del Estado de Honduras".
27. El Presidente, por resolución de 1º de setiembre de 1987, admitió
la
prueba testimonial y la documental ofrecidas por la Comisión. Asimismo,
por
resolución de 14 de setiembre de 1987, admitió la prueba documental
ofrecida
por el Gobierno.
28. Del 30 de setiembre al 7 de octubre de 1987 la Corte celebró audiencias
sobre el fondo del caso y escuchó las conclusiones de las partes.
Comparecieron ante la Corte
a) por el Gobierno de Honduras:
Ing. Edgardo Sevilla Idiáquez, Agente
Abogado Ramón Peréz Zúñiga, Representante
Abogado Juan Arnaldo Hernández, Representante
Abogado Enrique Gómez, Representante,
Abogado Rubén Darío Zepeda, Consejero
Abogado Angel Augusto Morales, Consejero
Licda. Olmeda Rivera, Consejera
Lic. Mario Alberto Fortín, Consejero
Abogado Ramón Rufino Mejía, Consejero;
b) por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos:
Dra. Gilda M. C. M. de Russomano, Presidenta, Delegada
Dr. Edmundo Vargas Carreño, Secretario Ejecutivo, Delegado
Dr. Claudio Grossman, Consejero
Dr. Juan Méndez, Consejero
Dr. Hugo A. Muñoz, Consejero
Dr. José Miguel Vivanco, Consejero.
c) Testigos presentados por la Comisión para declarar sobre "(s)i
entre los
años 1981 y 1984 (período en el cual desapareció Manfredo
Velásquez) se
produjeron o no en Honduras numerosos casos de personas que fueron
secuestradas y luego desaparecidas, habiendo sido estas acciones imputables
a las Fuerzas Armadas de Honduras y contando al menos con la aquiescencia
del Gobierno hondureño":
Miguel Angel Pavón Salazar, Diputado Suplente
Ramón Custodio López, médico cirujano
Virgilio Carías, economista
Inés Consuelo Murillo, estudiante
Efraín Díaz Arrivillaga, Diputado
Florencio Caballero, exmilitar
d) Testigos presentados por la Comisión para declarar sobre "(s)i
entre los
años 1981 y 1984 existieron o no en Honduras recursos internos eficaces
para
proteger a aquellas personas que fueron secuestradas y luego desaparecidas
en acciones imputables a las Fuerzas Armadas de Honduras":
Ramón Custodio López, médico cirujano
Virgilio Carías, economista
Milton Jiménez Puerto, abogado
Inés Consuelo Murillo, estudiante
René Velásquez Díaz, abogado
César Augusto Murillo, abogado
José Gonzalo Flores Trejo, zapatero
e) Testigos presentados por la Comisión para declarar sobre hechos
específicos relativos al caso:
Leopoldo Aguilar Villalobos, publicista
Zenaida Velásquez Rodríguez, trabajadora social.
f) Los siguientes testigos ofrecidos por la Comisión no comparecieron
a
estas audiencias:
Leónidas Torres Arias, exmilitar
Linda Drucker, periodista
José María Palacios, abogado
Mauricio Villeda Bermúdez, abogado
José Isaías Vilorio, agente de policía.
29. Después de haber oído los testigos, la Corte, por auto de
7 de octubre
de 1987, decretó las siguientes pruebas para mejor proveer:
Prueba documental:
1. Solicitar al Gobierno de Honduras que suministre el organigrama del
Batallón 316 y su ubicación dentro de las Fuerzas Armadas de Honduras.
B. Prueba testimonial:
Citar a declarar a los señores Marco Tulio Regalado y Alexander Hernández,
integrantes de las Fuerzas Armadas de Honduras.
Reiteración de solicitud
1. Al Gobierno de Honduras sobre el paradero de José Isaías Vilorio
y una
vez ubicado citarlo para que comparezca a declarar ante la Corte.
30. Por el mismo auto, la Corte señaló el 15 de diciembre de
1987 como fecha
límite para consignar la prueba documental y la sesión de enero
para recibir
la prueba testimonial.
31. En relación con dicho auto, el Gobierno, por nota de 14 de diciembre
de
1987: a) solicitó, en cuanto al organigrama del Batallón 316,
que la Corte
recibiera en audiencia privada, "por razones estrictas de seguridad del
Estado de Honduras", al Comandante del citado Batallón; b) en lo
que se
refiere al testimonio de Alexander Hernández y Marco Tulio Regalado pidió,
"por razones de seguridad y debido a que ambas personas se encuentran de
alta en las Fuerzas Armadas de Honduras, que su testimonio sea rendido en la
República de Honduras en la forma que (la) Corte determine, en audiencia
privada que oportunamente se señale"; y c) sobre el paradero de
José Isaías
Vilorio, informó que está "laborando como empleado administrativo
de la
Dirección Nacional de Investigación (DNI), dependencia de la Fuerza
de
Seguridad Pública, en la Ciudad de Tegucigalpa".
32. La Comisión, en nota de 24 de diciembre de 1987, se opuso a que el
testimonio de los militares hondureños fuera recibido en audiencias
privadas, posición que fue reiterada mediante nota de 11 de enero de
1988.
33. La Corte, por resolución de esa última fecha, decidió
recibir el
testimonio de los militares hondureños en audiencia privada en presencia
de
las partes.
34. De acuerdo con lo dispuesto en su auto de 7 de octubre de 1987 y en la
resolución de 11 de enero de 1988, la Corte, en audiencia privada celebrada
el 20 de enero de 1988 a la que concurrieron las partes, recibió los
testimonios de personas que se identificaron como el Teniente Coronel
Alexander Hernández y el Teniente Marco Tulio Regalado Hernández.
La Corte
escuchó, además, al Coronel Roberto Núñez Montes,
Jefe de los Servicios de
Inteligencia de Honduras.
35. El 22 de enero de 1988 el Gobierno presentó un dictamen del Colegio
de
Abogados de Honduras sobre los recursos legales de que se dispone en el
sistema jurídico hondureño en casos de desaparecidos, dictamen
que había
sido pedido por la Corte atendiendo la solicitud del Gobierno de 26 de
agosto de 1987.
36. La Corte recibió el 7 de julio de 1988 un escrito en el que la Comisión,
al responder una solicitud de la Corte respecto de otro caso en trámite
(Caso Fairén Garbi y Solís Corrales), hizo algunas "observaciones
finales"
sobre el caso presente.
37. El Presidente, mediante resolución de 14 de julio de 1988, no dio
entrada a dichas "observaciones" por ser extemporáneas y por
"(s)i se
reabriera el procedimiento se violaría el trámite oportunamente
dispuesto y,
además, se alteraría gravemente el equilibrio y la igualdad procesales
de
las partes".
38. Las siguientes organizaciones no gubernamentales hicieron llegar, como
amici curiae, escritos a la Corte: Amnesty International, Association of the
Bar of the City of New York, Lawyers Committee for Human Rights y Minnesota
Lawyers International Human Rights Committee.
III
39. La Comisión, mediante nota dirigida al Presidente el 4 de noviembre
de
1987, solicitó a la Corte, en vista de amenazas contra los testigos Milton
Jiménez Puerto y Ramón Custodio López, adoptar las medidas
provisionales
previstas en el artículo 63.2 de la Convención. El Presidente,
al trasmitir
esta información al Gobierno, le comunicó que él "no
cuenta en el momento
con suficientes elementos de juicio para tener certeza de las personas o
entidades a las que puedan atribuirse (las amenazas), pero sí desea
solicitar decididamente al ilustrado Gobierno de Honduras que tome todas las
medidas necesarias para garantizar a los señores Jiménez y Custodio
y al
Comité para la Defensa de los Derechos Humanos en Honduras la seguridad
de
sus vidas y propiedades. . ." y que, previa consulta con la Comisión
Permanente de la Corte, estaba dispuesto, en caso de ser necesario, a citar
inmediatamente a la Corte a una reunión urgente "con el objeto,
si la
anormal situación continúa, de que tome las medidas pertinentes".
El Agente,
mediante comunicaciones de 11 y 18 de noviembre de 1987, comunicó que
su
Gobierno garantizaba, tanto al Dr. Ramón Custodio López como al
Lic. Milton
Jiménez Puerto, "el respeto a su integridad física y moral
por parte del
Estado de Honduras y el fiel cumplimiento de la Convención. . .".
40. En su nota de 11 de enero de 1988 la Comisión informó a la
Corte de la
muerte, el 5 de enero de 1988 a las 7:15 a.m., del señor Jorge Isaías
Vilorio, cuya comparecencia como testigo ante la Corte estaba prevista para
el 18 de enero de 1988. Su muerte habría ocurrido "en plena vía
pública, en
la Colonia San Miguel, Comayagüela, Tegucigalpa, por un grupo de hombres
armados, quienes colocaron sobre su cuerpo una insignia de un movimiento
guerrillero hondureño, conocido con el nombre de Cinchonero y se dieron
a la
fuga en un vehículo a toda velocidad".
41. El 15 de enero de 1988 la Corte tuvo conocimiento del asesinato la
víspera en San Pedro Sula de Moisés Landaverde y de Miguel Angel
Pavón
Salazar, quién había comparecido el 30 de setiembre de 1987 a
rendir
testimonio en este caso. En esa misma fecha, la Corte dictó medidas
provisionales al tenor del artículo 63.2 de la Convención, de
acuerdo con
las cuales dispuso:
1. Apremiar al Gobierno de Honduras a que adopte sin dilación cuantas
medidas sean necesarias para prevenir nuevos atentados contra los derechos
fundamentales de quienes han comparecido o han sido citados para comparecer
ante esta Corte con motivo de los casos "Velásquez Rodríguez",
"Fairén Garbi
y Solís Corrales" y "Godínez Cruz", en escrupuloso
cumplimiento de la
obligación de respeto y garantía de los derechos humanos que tiene
contraída
en virtud del artículo 1.1 de la Convención.
2. Instar igualmente al Gobierno de Honduras para que extreme todos los
medios a su alcance para investigar esos repudiables crímenes, identificar
a
los culpables y aplicarles las sanciones previstas en el derecho interno
hondureño.
42. Después de haber adoptado la anterior resolución, la Corte
recibió una
solicitud de la Comisión, fechada el 15 de enero de 1988, para que tomara
las medidas pertinentes para proteger la integridad y seguridad de las
personas que comparecieron o que en el futuro comparecieran ante la Corte.
43. El 18 de enero de 1988 la Comisión solicitó, adicionalmente,
a la Corte
la adopción de las siguientes medidas provisionales complementarias:
1. Que requiera al Gobierno de Honduras que dentro de un plazo máximo
de 15
días informe a la Ilustre Corte de las medias concretas que ha adoptado
para
proteger la integridad física de los testigos que han comparecido ante
esta
Corte así como de las personas que de alguna manera se encuentran vinculadas
a estos procesos, como es el caso de los dirigentes de organizaciones de
derechos humanos.
2. Que dentro del mismo plazo el Gobierno de Honduras informe sobre las
investigaciones judiciales iniciadas por los asesinatos de José Isaías
Vilorio, Miguel Angel Pavón y Moisés Landaverde.
3. Que el Gobierno de Honduras, dentro de igual plazo, transmita a esta
Corte las declaraciones públicas que haya efectuado sobre los asesinatos
anteriormente mencionados, con indicación de los órganos de publicidad
en
que tales declaraciones aparecieron.
4. Que dentro del mismo plazo de 15 días, el Gobierno de Honduras informe
a
la Ilustre Corte de las investigaciones judiciales que se hayan iniciado por
el delito de acción pública por amenazas en perjuicio de los testigos
en
este juicio señores Ramón Custodio López y Milton Jiménez
Puerto.
5. Que igualmente se informe a esta Corte si se ha ordenado protección
policial respecto de la integridad personal de los testigos que han
comparecido así como de los inmuebles del CODEH.
6. Que la Ilustre Corte solicite al Gobierno de Honduras que le remita de
inmediato copia de las autopsias y de las pericias balísticas efectuadas
en
el caso de los asesinatos de los señores Vilorio, Pavón y Landaverde.
44. Ese mismo día el Gobierno presentó copia del acta de reconocimiento
del
cadáver de José Isaías Vilorio y del dictamen médico
forense del mismo,
ambos de 5 de enero de 1988.
45. El 18 de enero de 1988 la Corte resolvió, por seis votos contra uno,
oír
a las partes en audiencia pública al día siguiente sobre las medidas
solicitadas por la Comisión. Luego de la audiencia mencionada, la Corte,
mediante resolución unánime de 19 de enero de 1988, considerando
"(l)os
artículos 63.2, 33 y 62.3 de la Convención Americana sobre Derechos
Humanos,
1 y 2 del Estatuto y 23 del Reglamento de la Corte, el carácter de órgano
judicial que tiene la Corte y los poderes que de ese carácter derivan",
adoptó las siguientes medias provisionales adicionales:
1. Requerir al Gobierno de Honduras que dentro de un plazo de dos semanas,
contado a partir de la fecha, informe a esta Corte sobre los siguientes
puntos:
a) Sobre las medidas que haya adoptado o pretenda adoptar enderezadas a
proteger la integridad física y evitar daños irreparables a las
personas
que, como los testigos que han rendido su declaración o aquéllos
que están
llamados a rendirla, se encuentran vinculadas a estos procesos.
b) Sobre las investigaciones judiciales que se adelantan o las que ha de
iniciar en razón de amenazas contra las mismas personas mencionadas
anteriormente.
c) Sobre las investigaciones por los asesinatos, incluyendo los respectivos
dictámenes médico forenses, y las acciones que se propone ejercer
ante la
administración de justicia de Honduras para que sancione a los responsables.
2. Requerir al Gobierno de Honduras que adopte medidas concretas destinadas
a aclarar que la comparecencia individual ante la Comisión o la Corte
Interamericanas de Derechos Humanos, en las condiciones en que ello está
autorizado por la Convención Americana y por las normas procesales de
ambos
órganos, constituye un derecho de toda persona, reconocido por Honduras
como
parte en la misma Convención.
Esta resolución fue comunicada en estrados a las partes.
46. El Gobierno, en atención a lo dispuesto por la Corte en su resolución
de
19 de enero de 1988, presentó el 3 de febrero de 1988, los siguientes
documentos:
Certificación extendida por el Juzgado Tercero de Letras de lo Criminal
de
la Ciudad de San Pedro Sula, Departamento de Cortés el 27 de enero de
1988,
conteniendo el Dictamen Médico emitido por el Forense Rolando Tábora
de
dicha Sección Judicial, referente a la muerte del profesor Miguel Angel
Pavón Salazar.
2. Certificación extendida por el mismo Juzgado de Letras en la misma
fecha,
conteniendo el Dictamen Médico del Forense anteriormente mencionado de
la
dicha Sección Judicial, referente a la muerte del Profesor Moisés
Landeverde
Recarte.
3. Certificación extendida por el mencionado Juzgado y en la misma fecha
27
de enero de 1988, conteniendo la Declaración rendida en calidad de testigo
por el Doctor Rolando Tábora, Médico Forense, en las diligencias
iniciadas
por dicho Juzgado para investigar la muerte de los señores Miguel Angel
Pavón y Moisés Landaverde Recarte.
...
4. Certificación extendida por el Juzgado Primero de Letras de lo Criminal,
de la ciudad de Tegucigalpa, Distrito Central, extendido el dos de febrero
de mil novecientos ochenta y ocho, correspondiente al POR CUANTO iniciado
por dicho Juzgado para investigar el delito de amenazas a muerte en
perjuicio del Doctor Ramón Custodio López y el Licenciado Milton
Jiménez.
En el mismo escrito el Gobierno dijo que:
Del contenido de los documentos antes mencionados queda establecido que el
Gobierno de Honduras ha iniciado las diligencias judiciales para investigar
los asesinatos de los señores Miguel Angel Pavón Salazar y Moisés
Landaverde
Recarte, todo de acuerdo a los procedimientos legales señalados en la
Legislación hondureña.
Se establece, además, en los mismos documentos, que no se practicó
la
extracción de los proyectiles a los cadáveres de los occisos para
estudios
balísticos posteriores, debido a la oposición de los familiares,
razón por
la cual no se presenta el dictamen balístico requerido.
47. Asimismo, el Gobierno solicitó que se ampliara el plazo estipulado
en la
resolución mencionada, "ya que por motivos justificados, alguna
información
no ha sido posible recabarla". La Secretaría, siguiendo instrucciones
del
Presidente, comunicó al Gobierno al día siguiente que no era posible
extender dicho plazo por haber sido determinado por la Corte.
48. Mediante comunicación de 10 de marzo de 1988, la Comisión
Interinstitucional de Derechos Humanos de Honduras, órgano gubernamental,
hizo varias consideraciones respecto de la resolución de la Corte de
15 de
enero de 1988. Sobre "las amenazas de que han sido objeto algunos de los
testigos", informó que el Dr. Custodio "se negó a presentar
la Denuncia ante
los Tribunales correspondientes como era lo adecuado, el Juzgado de Letras
Primero de lo Criminal de Tegucigalpa Departamento de Francisco Morazán
levantó diligencias para investigar si existían amenazas, intimidaciones,
conspiraciones, etc. para querer asesinar al Dr. Custodio y al Lic. Milton
Jiménez Puerto, para lo cual fueron citados en legal y debida forma para
que
declararan y aportaran la evidencia que tuvieron en su poder", sin que
los
testigos mencionados hubieran comparecido ante el Juzgado citado. Agregó
que
ninguna de las autoridades hondureñas "ha tratado de intimidar,
amenazar o
coartar la libertad a ninguna de las personas que declararon ante la
Corte... las cuales están gozando de todas sus garantías como
los demás
ciudadanos".
49. El 23 de marzo de 1988, el Gobierno remitió los siguientes documentos:
Certificación del Secretario del Juzgado Tercero de lo Criminal de la
Secretaría Judicial de San Pedro Sula, de las autopsias de los cadáveres
de
Miguel Angel Pavón Salazar y Moisés Landaverde.
Dictamen balístico de las esquirlas de los proyectiles extraídos
de los
cadáveres de las mismas personas, suscrito por el Director del Departamento
Médico Legal de la Corte Suprema de Justicia.
IV
50. El Gobierno planteó varias excepciones preliminares que fueron resueltas
por la Corte en sentencia de 26 de junio de 1987 (supra 16-23). En esa
sentencia la Corte ordenó unir a la cuestión de fondo la excepción
preliminar opuesta por Honduras, relativa al no agotamiento de los recursos
internos y dio al Gobierno y a la Comisión una nueva oportunidad de
"sustanciar plenamente sus puntos de vista" sobre el particular (Caso
Velásquez Rodríguez, Excepciones Preliminares, supra 23, párr.
90).
51. La Corte resolverá en primer lugar esta excepción pendiente.
Para ello,
la Corte se valdrá de todos los elementos de juicio a su disposición,
incluso aquéllos producidos dentro del trámite de fondo del caso.
52. La Comisión presentó testigos y diversas pruebas documentales
sobre este
asunto. El Gobierno, por su parte, sometió algunas pruebas documentales,
con
ejemplos de recursos de exhibición personal tramitados con éxito
en favor de
diversas personas (infra 120.c)). El Gobierno afirmó también,
a propósito de
este recurso, que requiere identificación del lugar de detención
y la
autoridad bajo la cual se encuentra el detenido.
53. El Gobierno, además del de exhibición personal, mencionó
diversos
recursos eventualmente utilizables, como los de apelación, casación,
extraordinario de amparo, ad effectum videndi, denuncias penales contra los
eventuales culpables y la declaratoria de muerte presunta.
54. El Colegio de Abogados de Honduras en su opinión (supra 35) menciona
expresamente el recurso de exhibición personal, contenido en la Ley de
Amparo, y la denuncia ante un juzgado competente "para que éste
realice las
investigaciones sobre el paradero del supuesto desaparecido".
55. La Comisión sostuvo que los recursos señalados por el Gobierno
no eran
eficaces en la situación interna del país durante aquella época.
Presentó
documentación sobre tres recursos de exhibición personal interpuestos
en
favor de Manfredo Velásquez que no produjeron resultados. Mencionó,
además,
dos denuncias penales que no condujeron a la identificación y sanción
de
eventuales responsables. Según el punto de vista de la Comisión,
esas
instancias agotan los recursos internos en los términos previstos por
el
artículo 46.1.a) de la Convención.
56. La Corte considerará, en primer término, los aspectos jurídicos
relevantes sobre la cuestión del agotamiento de los recursos de la
jurisdicción interna y analizará posteriormente su aplicación
al caso.
57. El artículo 46.1.a) de la Convención dispone que, para que
una petición
o comunicación presentada a la Comisión conforme a los artículos
44 o 45
resulta admisible, es necesario
que se hayan interpuesto y agotado los recursos de jurisdicción interna,
conforme a los principios del Derecho Internacional generalmente
reconocidos.
58. En su inciso 2, el mismo artículo dispone que este requisito no
se
aplicará cuando
a) no exista en la legislación interna del Estado de que se trata el
debido
proceso legal para la protección del derecho o derechos que se alega
han
sido violados;
b) no se haya permitido al presunto lesionado en sus derechos el acceso a
los recursos de la jurisdicción interna, o haya sido impedido de agotarlos,
y
c) haya retardo injustificado en la decisión sobre los mencionados recursos.
59. En su sentencia de 26 de junio de 1987, la Corte decidió, inter
alia,
que "el Estado que alega el no agotamiento tiene a su cargo el señalamiento
de los recursos internos que deben agotarse y de su efectividad" (Caso
Velásquez Rodríguez, Excepciones Preliminares, supra 23, párr.
88).
60. La Corte no se extendió más allá de la conclusión
citada en el párrafo
anterior al referirse al tema de la carga de la prueba. En esta oportunidad,
la Corte considera conveniente precisar que si un Estado que alega el no
agotamiento prueba la existencia de determinados recursos internos que
deberían haberse utilizado, corresponderá a la parte contraria
demostrar que
esos recursos fueron agotados o que el caso cae dentro de las excepciones
del artículo 46.2. No se debe presumir con ligereza que un Estado Parte
en
la Convención ha incumplido con su obligación de proporcionar
recursos
internos eficaces.
61. La regla del previo agotamiento de los recursos internos permite al
Estado resolver el problema según su derecho interno antes de verse
enfrentado a un proceso internacional, lo cual es especialmente válido
en la
jurisdicción internacional de los derechos humanos, por ser ésta
"coadyuvante o complementaria" de la interna (Convención Americana,
Preámbulo).
62. Proporcionar tales recursos es un deber jurídico de los Estados,
como ya
lo señaló la Corte en su sentencia de 26 de junio de 1987, cuando
afirmó:
La regla del previo agotamiento de los recursos internos en la esfera del
derecho internacional de los derechos humanos, tiene ciertas implicaciones
que están presentes en la Convención. En efecto, según
ella, los Estados
Partes se obligan a suministrar recursos judiciales efectivos a las víctimas
de violación de los derechos humanos (art. 25), recursos que deben ser
sustanciados de conformidad con las reglas del debido proceso legal (art.
8.1), todo ello dentro de la obligación general a cargo de los mismos
Estados, de garantizar el libre y pleno ejercicio de los derechos
reconocidos por la Convención a toda persona que se encuentre bajo su
jurisdicción (art. 1). (Caso Velásquez Rodríguez, Excepciones
Preliminares,
supra 23, párr. 91).
63. El artículo 46.1.a) de la Convención remite "a los principios
del
Derecho Internacional generalmente reconocidos". Esos principios no se
refieren sólo a la existencia formal de tales recursos, sino también
a que
éstos sean adecuados y efectivos, como resulta de las excepciones
contempladas en el artículo 46.2.
64. Que sean adecuados significa que la función de esos recursos, dentro
del
sistema del derecho interno, sea idónea para proteger la situación
jurídica
infringida. En todos los ordenamientos internos existen múltiples recursos,
pero no todos son aplicables en todas las circunstancias. Si, en un caso
específico, el recurso no es adecuado, es obvio que no hay que agotarlo.
Así
lo indica el principio de que la norma está encaminada a producir un
efecto
y no puede interpretarse en el sentido de que no produzca ninguno o su
resultado sea manifiestamente absurdo o irrazonable. Por ejemplo, un
procedimiento de orden civil, expresamente mencionado por el Gobierno, como
la presunción de muerte por desaparecimiento, cuya función es
la de que los
herederos puedan disponer de los bienes del presunto muerto o su cónyuge
pueda volver a casarse, no es adecuado para hallar la persona ni para lograr
su liberación si está detenida.
65. De los recursos mencionados por el Gobierno, la exhibición personal
o
hábeas corpus sería, normalmente, el adecuado para hallar a una
persona
presuntamente detenida por las autoridades, averiguar si lo está legalmente
y, llegado el caso, lograr su libertad. Los otros recursos mencionados por
el Gobierno o tienen simplemente el objeto de que se revise una decisión
dentro de un proceso ya incoado (como los de apelación o casación)
o están
destinados a servir para otros propósitos. Pero, si el recurso de exhibición
personal exigiera, como lo afirmó el Gobierno, identificar el lugar de
detención y la autoridad respectiva, no sería adecuado para encontrar
a una
persona detenida clandestinamente por las autoridades del Estado, puesto
que, en estos casos sólo existe prueba referencial de la detención
y se
ignora el paradero de la víctima.
66. Un recurso debe ser, además, eficaz, es decir, capaz de producir
el
resultado para el que ha sido concebido. El de exhibición personal puede
volverse ineficaz si se le subordina a exigencias procesales que lo hagan
inaplicable, si, de hecho, carece de virtualidad para obligar a las
autoridades, resulta peligroso para los interesados intentarlo o no se
aplica imparcialmente.
67. En cambio, al contrario de lo sostenido por la Comisión, el mero
hecho
de que un recurso interno no produzca un resultado favorable al reclamante
no demuestra, por sí solo, la inexistencia o el agotamiento de todos
los
recursos internos eficaces, pues podría ocurrir, por ejemplo, que el
reclamante no hubiera acudido oportunamente al procedimiento apropiado.
68. El asunto toma otro cariz, sin embargo, cuando se demuestra que los
recursos son rechazados sin llegar al examen de la validez de los mismos, o
por razones fútiles, o si se comprueba la existencia de una práctica
o
política ordenada o tolerada por el poder público, cuyo efecto
es el de
impedir a ciertos demandantes la utilización de los recursos internos
que,
normalmente, estarían al alcance de los demás. En tales casos
el acudir a
esos recursos se convierte en una formalidad que carece de sentido. Las
excepciones del artículo 46.2 serían plenamente aplicables en
estas
situaciones y eximirían de la necesidad de agotar recursos internos que,
en
la práctica, no pueden alcanzar su objeto.
69. Para el Gobierno los recursos de la jurisdicción hondureña
no se agotan
con el recurso de exhibición personal porque hay otros recursos de carácter
ordinario y extraordinario, tales como los de apelación, de casación
y
extraordinario de amparo, así como el civil de presunción de muerte.
Además,
el procedimiento penal da a las partes la posibilidad de usar cuantos medios
de prueba estimen pertinentes. Expresó el Gobierno, en relación
con los
casos de desaparecidos de que habló la Comisión, que se han levantado
las
respectivas diligencias, de oficio en unos casos y por denuncia o acusación
en otros, y que, mientras no sean identificados o aprehendidos los presuntos
responsables o cómplices de los delitos, el procedimiento permanece abierto.
70. En sus conclusiones el Gobierno expresó que, durante los años
1981 a
1984, se otorgaron varios recursos de exhibición personal en Honduras,
con
lo que se probaría que este recurso no fue ineficaz en este período.
Acompañó varios documentos al respecto.
71. La Comisión, a su vez, manifestó que en Honduras hubo una
práctica de
desapariciones que imposibilitaba agotar los recursos internos, pues no
resultaron el medio idóneo para corregir los abusos que se imputaban
a las
autoridades ni dieron como resultados la aparición de las personas
secuestradas.
72. Afirmó la Comisión que en los casos de desapariciones el hecho
de haber
intentado un hábeas corpus o un amparo sin éxito, es suficiente
para tener
por agotados los recursos de la jurisdicción interna si la persona detenida
sigue sin aparecer, ya que no hay otro recurso más apropiado para el
caso.
Puntualizó que en el caso de Manfredo Velásquez se intentaron
tanto recursos
de exhibición personal como denuncias penales que no produjeron resultado.
Señaló que el agotamiento de los recursos internos no debe entenderse
como
la necesidad de efectuar, mecánicamente, trámites formales, sino
que debe
analizarse en cada caso la posibilidad razonable de obtener el remedio.
73. Expresó la Comisión que, por la estructura del sistema internacional
de
protección de los derechos humanos, la carga de la prueba en materia
de
recursos internos le corresponde al Gobierno. La excepción de la falta
de
agotamiento requiere la existencia de un recurso idóneo para remediar
la
violación. Afirmó que la denuncia penal no es idónea para
encontrar al
desaparecido sino para dirimir responsabilidades individuales.
74. Del expediente ante la Corte resulta que, en favor de Manfredo
Velásquez, fueron interpuestos los siguientes recursos:
a) Hábeas corpus
i) El 17 de setiembre de 1981, interpuesto por Zenaida Velásquez, en
contra
de las fuerzas de Seguridad Pública. No arrojó ningún resultado.
ii) El 6 de febrero de 1982, interpuesto por Zenaida Velásquez. No arrojó
ningún resultado.
iii) El 4 de julio de 1983, interpuesto por varios familiares de
desaparecidos en favor de Manfredo Velásquez y de otras personas. Fue
rechazado el 11 de setiembre de 1984.
b) Denuncias penales
i) El 9 de noviembre de 1982, interpuesta en el Juzgado Primero de Letras de
lo Criminal de Tegucigalpa por su padre y su hermana. No arrojó ningún
resultado.
ii) El 5 de abril de 1984, interpuesta en el Juzgado Primero de Letras de lo
Criminal por la Sra. Gertrudis Lanza González, a la cual se adhirió
Zenaida
Velásquez, contra varios miembros de las Fuerzas Armadas. Esta causa
fue
sobreseída definitivamente por el Tribunal y luego confirmado dicho
sobreseimiento por la Corte Primera de Apelaciones, el 16 de enero de 1986,
dejándose abierto el proceso contra el General Gustavo Alvarez Martínez,
que
fue declarado reo ausente (supra 9).
75. Aunque el Gobierno no discutió que los recursos anteriores hubieran
sido
intentados, manifestó que la Comisión no debió haber admitido
la denuncia en
este caso y menos someterla a conocimiento de la Corte, por no haberse
agotado los recursos internos de que dispone la legislación hondureña,
ya
que no constan en el expediente resoluciones definitivas que demuestren lo
contrario. Expresó que el primer recurso de hábeas corpus interpuesto
fue
declarado desierto porque no fue formalizado por la interesada; sobre el
segundo y el tercero explicó que no se pueden interponer más recursos
de
exhibición personal cuando versen sobre la misma materia, los mismos
hechos
y se fundamenten en las mismas disposiciones legales. En cuanto a las
denuncias penales expresó el Gobierno que no se aportaron las pruebas
del
caso; que se ha hablado de presunciones pero que no se han aportado pruebas
y que, por esa razón, ese juicio aún continúa abierto en
los tribunales de
Honduras en espera de que se señalen específicamente los culpables.
Expresó
que en una de ellas se dictó sobreseimiento por falta de prueba a favor
de
los denunciados que se presentaron al juzgado, salvo el General Alvarez
Martínez por estar ausente del país. Además, agregó
el Gobierno, aun cuando
haya sobreseimiento no están agotados los recursos, ya que se pueden
interponer los extraordinarios de amparo, revisión y casación,
y en el caso
concreto, no es aplicable aún la prescripción, de manera que el
juicio está
todavía abierto.
76. En el expediente (infra, capítulo V), se encuentran testimonios
de
miembros de la Asamblea Legislativa de Honduras, de abogados hondureños,
de
personas que en algún momento estuvieron desaparecidas y de parientes
de los
desaparecidos, enderezados a demostrar que, en la época en que ocurrieron
los hechos, los recursos judiciales existentes en Honduras no eran eficaces
para obtener la libertad de las víctimas de una práctica de desapariciones
forzadas o involuntarias de personas (en adelante "desaparición"
o
"desapariciones") dispuesta o tolerada por el poder público.
Igualmente se
hallan decenas de recortes de prensa que aluden a la misma práctica.
De
acuerdo con esos elementos de juicio, entre los años 1981 y 1984, más
de
cien personas fueron detenidas ilegalmente, muchas jamás volvieron a
aparecer y, en general, no surtían efecto los recursos legales que el
Gobierno citó como disponibles para las víctimas.
77. De tales pruebas resulta igualmente que hubo casos de personas
capturadas y detenidas sin las formalidades de ley y que posteriormente
reaparecieron. Sin embargo, en algunos de estos casos, la reaparición
no fue
el resultado de la interposición de alguno de los recursos jurídicos
que,
según sostuvo el Gobierno, hubieran surtido efecto, sino de otras
circunstancias, como, por ejemplo, la intervención de misiones diplomáticas
o la acción de organismos de derechos humanos.
78. Las pruebas aportadas demuestran que los abogados que interpusieron los
recursos de exhibición personal fueron objeto de intimidación,
que a las
personas encargadas de ejecutar dichos recursos con frecuencia se les
impidió ingresar o inspeccionar los lugares de detención y que
las
eventuales denuncias penales contra autoridades militares o policiales no
avanzaron por falta de impulso procesal o concluyeron, sin mayor trámite,
con el sobreseimiento de los eventuales implicados.
79. El Gobierno tuvo la oportunidad de presentar ante la Corte a sus propios
testigos y de refutar las pruebas aportadas por la Comisión, pero no
lo
hizo. Si bien es cierto que los abogados del Gobierno rechazaron algunos de
los puntos sustentados por la Comisión, no aportaron pruebas convincentes
para sostener su rechazo. La Corte citó a declarar a algunos de los
militares mencionados en el curso del proceso, pero sus declaraciones no
contienen elementos que desvirtúen el cúmulo de pruebas presentadas
por la
Comisión para demostrar que las autoridades judiciales y del Ministerio
Público del país no actuaron con la debida acuciosidad ante los
alegatos de
desapariciones. El presente es uno de aquellos casos en que se dio tal
circunstancia.
80. En efecto, de los testimonios y de las demás pruebas aportadas y
no
desvirtuadas, se concluye que, si bien existían en Honduras, durante
la
época de que aquí se habla, recursos legales que hubieran eventualmente
permitido hallar a una persona detenida por las autoridades, tales recursos
eran ineficaces, tanto porque la detención era clandestina como porque,
en
la práctica, tropezaban con formalismos que los hacían inaplicables
o porque
las autoridades contra las cuales se dictaban llanamente los ignoraban o
porque abogados y jueces ejecutores eran amenazados e intimidados por
aquéllas.
81. Al margen de si existía o no en Honduras entre 1981 y 1984, una
política
gubernamental que practicaba o toleraba la desaparición de determinadas
personas, la Comisión ha demostrado que, aunque se intentaron recursos
de
exhibición personal y acciones penales, resultaron ineficaces o meramente
formales. Las pruebas aportadas por la Comisión no fueron desvirtuadas
y son
suficientes para rechazar la excepción preliminar del Gobierno sobre
inadmisibilidad de la demanda por el no agotamiento de los recursos
internos.
V
82. La Comisión ofreció prueba testimonial y documental para
demostrar que
en Honduras entre los años 1981 y 1984 se produjeron numerosos casos
de
personas que fueron secuestradas y luego desaparecidas y que estas acciones
eran imputables a las Fuerzas Armadas de Honduras (en adelante "Fuerzas
Armadas") que contaron, al menos, con la tolerancia del Gobierno.
Testificaron también sobre esta materia, por decisión de la Corte,
tres
oficiales de las Fuerzas Armadas.
83. Varios testigos declararon que fueron secuestrados, mantenidos
prisioneros en cárceles clandestinas y torturados por elementos
pertenecientes a las Fuerzas Armadas (Inés Consuelo Murillo, José
Gonzalo
Flores Trejo, Virgilio Carías, Milton Jiménez Puerto, René
Velásquez Díaz y
Leopoldo Aguilar Villalobos).
84. La testigo Inés Consuelo Murillo declaró haber estado detenida
en forma
clandestina aproximadamente tres meses. Según su testimonio, fue capturada
el 13 de marzo de 1983, conjuntamente con José Gonzalo Flores Trejo con
quien tenía una relación casual, por unos hombres que se bajaron
de un
vehículo, le gritaron que eran de Migración y la golpearon con
sus armas.
Atrás había otro vehículo que apoyaba la captura. Dijo
que fue vendada,
amarrada y conducida presuntamente a San Pedro Sula, donde fue llevada a un
lugar clandestino de detención, en el que fue sometida a amarres, a golpes,
estuvo desnuda la mayor parte del tiempo, no le dieron de comer por muchos
días, sufrió electrochoques, colgamientos, intentos de asfixia,
amenazas con
armas, amenazas de quemaduras en los ojos, quemaduras en las piernas,
perforaciones de la piel con agujas, administración de drogas y abusos
sexuales. Admitió que al momento de ser detenida portaba una identificación
falsa, aunque diez días después se identificó con su verdadero
nombre.
Declaró que a los treinta y seis días de estar detenida fue trasladada
a una
instalación cercana a Tegucigalpa, donde se percató de la presencia
de
oficiales militares (uno de ellos el Subteniente Marco Tulio Regalado
Hernández), y vio papeles con membrete del ejército y anillos
de graduación
de las Fuerzas Armadas. Esta testigo agregó que finalmente reapareció
en
poder de la policía y fue puesta a la orden de los tribunales, acusada
de
unos veinte delitos, pero no dejaron que su abogado presentara prueba y el
juicio no se sustanció (testimonio de Inés Consuelo Murillo).
85. Por su parte, el Teniente Regalado Hernández manifestó que
él no tenía
conocimiento del caso de Inés Consuelo Murillo, salvo lo que leyó
en la
prensa (testimonio de Marco Tulio Regalado Hernández).
86. El Gobierno manifestó que el hecho de que la testigo portara
identificación falsa impidió dar razón de su detención
a sus familiares y,
además, es indicativo de que no se dedicaba a actividades lícitas,
por lo
que se puede deducir que no dijo toda la verdad. Añadió que lo
declarado por
la testigo en cuanto a que su relación con José Gonzalo Flores
Trejo fue
coincidencial, resulta increíble porque es evidente que ambos estaban
en
actividades no enmarcadas dentro de la ley.
87. El testigo José Gonzalo Flores Trejo manifestó que fue secuestrado
junto
con Inés Consuelo Murillo y conducido con ella a una casa localizada
presuntamente en San Pedro Sula, donde varias veces lo introdujeron de
cabeza en una pila de agua hasta casi ahogarse, lo tuvieron amarrado de pies
y manos y colgado de manera que sólo el estómago tocaba el suelo.
Declaró
asimismo que, posteriormente, en un lugar donde estuvo detenido cercano a
Tegucigalpa, le pusieron la capucha (es un método mediante el cual se
le
coloca a la persona en la cabeza un forro fabricado con una cámara de
neumático de automóvil, lo que impide la respiración por
la boca y la nariz)
hasta casi asfixiarse y le dieron choques eléctricos. Afirmó que
estuvo
preso en manos de militares porque cuando le quitaron la venda para tomarle
unas fotografías, vio a un oficial del ejército hondureño
y, en una
oportunidad cuando lo sacaron a bañarse, vio las instalaciones de un
cuartel. Además, se escuchaba una trompeta, se oían voces de mando
y sonaba
un cañón (testimonio de José Gonzalo Flores Trejo).
88. El Gobierno arguyó que todo lo declarado por el testigo, de nacionalidad
salvadoreña, era increíble porque pretendía hacer creer
al Tribunal que sus
encuentros con Inés Consuelo Murillo eran coincidencias y agregó
que los dos
andaban en actividades ilícitas.
89. Virgilio Carías, quien era Presidente del Partido Socialista de
Honduras, relató que fue secuestrado el 12 de setiembre de 1981, en pleno
día, cuando su automóvil fue rodeado por 12 o 13 personas que
portaban
pistolas, carabinas y fusiles automáticos. Declaró que fue llevado
a una
cárcel clandestina, amenazado y golpeado, y que durante cuatro o cinco
días
estuvo sin comer, sin tomar agua y sin poder ir al servicio sanitario. Al
décimo día de estar detenido lo inyectaron en un brazo y lo echaron
amarrado
en la parte de atrás de una camioneta. Posteriormente fue colocado
atravesado en el lomo de una mula, la que fue puesta a caminar por la
montaña, cerca de la frontera entre Honduras y Nicaragua, zona donde
recuperó su libertad (testimonio de Virgilio Carías).
90. El Gobierno señaló que este testigo reconoció expresamente
que su
conducta es de oposición al Gobierno de Honduras y que sus respuestas
fueron
imprecisas o evasivas. Como el testigo dijo no poder identificar a sus
captores, considera que su testimonio es de oídas y carece de valor como
prueba, ya que los hechos no han sido percibidos por sus propios sentidos y
sólo los conoce por dichos de otras personas.
91. Un abogado, que dijo defender a presos políticos, testificó
que fue
detenido sin ninguna formalidad legal en el año 1982, por los órganos
de
seguridad de Honduras. Estuvo diez días en poder de ellos en una cárcel
clandestina, sin que se le formularan cargos, sometido a golpes y a
torturas, hasta que se le remitió a los tribunales (testimonio de Milton
Jiménez Puerto).
92. El Gobierno afirmó que el testigo fue procesado por los delitos de
atentar contra la seguridad de Honduras y tenencia de armas nacionales
(privativas de las Fuerzas Armadas) y por eso tiene interés directo de
perjudicar con su testimonio a Honduras.
93. Otro abogado, que también dijo defender detenidos por razones políticas
y se refirió al derecho hondureño, relató que fue apresado,
en pleno día, el
1° de junio de 1982 por miembros del Departamento de Investigaciones
Especiales en Tegucigalpa, quienes lo llevaron vendado a un lugar que no
pudo reconocer, donde lo tuvieron cuatro días sin comer y sin tomar agua.
Fue golpeado e insultado. Dijo que pudo mirar a través de la venda y
darse
así cuenta de que estaba en una unidad militar (testimonio de René
Velásquez
Díaz).
94. El Gobierno sostuvo que el testigo incurrió en varias falsedades
relacionadas con el derecho vigente en Honduras y que su declaración
"carece
de virtualidad y eficacia ya que es parcializada, en cuya virtud, el interés
directo es perjudicar al Estado de Honduras".
95. Sobre el número de personas desaparecidas durante el período
de 1981 a
1984, la Corte recibió testimonios que indican que las cifras varían
entre
112 y 130. Un exmilitar testificó que, según una lista existente
en los
archivos del Batallón 316, ese número podría llegar a 140
o 150 (testimonios
de Miguel Angel Pavón Salazar, Ramón Custodio López, Efraín
Díaz Arrivillaga
y Florencio Caballero).
96. Con respecto a la existencia de una unidad dentro de las Fuerzas Armadas
dedicada a las desapariciones, la Corte recibió el testimonio del Presidente
del Comité para la Defensa de los Derechos Humanos en Honduras, según
el
cual en el año 1980 funcionó un grupo llamado "de los catorce",
al mando del
Mayor Adolfo Díaz, adscrito al Estado Mayor de las Fuerzas Armadas;
posteriormente aquél fue sustituido por el grupo denominado "de
los diez",
comandado por el Capitán Alexander Hernández y, finalmente, apareció
el
Batallón 316, un cuerpo de operaciones especiales, con distintos grupos
especializados en vigilancia, secuestro, ejecución, control de teléfonos,
etc. Siempre se negó la existencia de este cuerpo, hasta que se mencionó
en
un comunicado de las Fuerzas Armadas en setiembre de 1986 (testimonio de
Ramón Custodio López. Ver también testimonio de Florencio
Caballero).
97. El hoy Teniente Coronel Alexander Hernández negó haber participado
en el
grupo "de los diez", haber sido parte del Batallón 316 y haber
tenido algún
tipo de contacto con el mismo (testimonio de Alexander Hernández).
98. El actual Director de Inteligencia de Honduras dijo saber, por ser
persona que tiene acceso a todos los archivos de su departamento, que en el
año 1984 fue creado un batallón de inteligencia que se denominó
316, cuya
misión era proporcionar información de combate a las brigadas
101, 105 y
110. Agregó que este batallón sirvió inicialmente como
una unidad de
escuela, hasta que se creó la Escuela de Inteligencia a la que fueron
pasando paulatinamente las funciones de adiestramiento, por lo que
finalmente fue disuelto en setiembre de 1987. Añadió que nunca
ha existido
un llamado grupo "de los catorce" o "de los diez" dentro
de las Fuerzas
Armadas o de seguridad (testimonio de Roberto Núñez Montes).
99. Según los testimonios recibidos sobre el modus operandi de la práctica
de desapariciones, los secuestros siguieron el mismo patrón: se usaban
automóviles con vidrios polarizados (cuyo uso requiere un permiso especial
de la Dirección de Tránsito), sin placas o con placas falsas y
los
secuestradores algunas veces usaban atuendos especiales, pelucas, bigotes,
postizos, el rostro cubierto, etc. Los secuestros eran selectivos. Las
personas eran, inicialmente vigiladas y, luego, se planificaba el secuestro,
para lo cual se usaban microbuses o carros cerrados. Unas veces eran
secuestradas en el domicilio, otras en la calle pública. En un caso en
que
intervino un carro patrulla e interceptó a los secuestradores, éstos
se
identificaron como miembros de un cuerpo especial de las Fuerzas Armadas y
se les permitió irse con el secuestrado (testimonio de Ramón Custodio
López,
Miguel Angel Pavón Salazar, Efraín Díaz Arrivillaga y Florencio
Caballero).
100. Un exintegrante de las Fuerzas Armadas, que dijo haber pertenecido a la
unidad militar que luego se organizó como Batallón 316, encargada
de llevar
a cabo los secuestros, y haber participado personalmente en algunos de
éstos, afirmó que el punto de partida era la orden dada por el
jefe de la
unidad para investigar, vigilar y seguir a una persona. Según el testigo,
si
se decidía continuar el procedimiento, se ejecutaba el secuestro con
personal vestido de civil que usaba seudónimos, disfrazado y que iba
armado.
Disponían para ese fin de cuatro vehículos "pick-up"
Toyota de doble cabina,
sin marcas policiales, dos de los cuales tenían vidrios polarizados
(testimonio de Florencio Caballero. Ver también testimonio de Virgilio
Carías).
101. El Gobierno recusó, en los términos del artículo
37 del Reglamento, a
Florencio Caballero por haber desertado del Ejército y violado el juramento
como militar. La Corte, mediante resolución de 6 de octubre de 1987,
rechazó
por unanimidad la recusación, reservándose el derecho de apreciar
esa
declaración.
102. El actual Director de Inteligencia de las Fuerzas Armadas afirmó
que
las unidades de inteligencia no practican detenciones porque "se queman"
(quedan al descubierto), ni utilizan automóviles sin placas, ni usan
seudónimos. Agregó que Florencio Caballero nunca trabajó
en los servicios de
inteligencia y que fue chofer del Cuartel General del Ejército en
Tegucigalpa (testimonio de Roberto Núñez Montes).
103. El exintegrante de las Fuerzas Armadas afirmó la existencia de
cárceles
clandestinas y de lugares especialmente seleccionados para enterrar a
quienes eran ejecutados. También refirió que, dentro de su unidad,
había un
grupo torturador y otro de interrogación, al que él perteneció.
El grupo
torturador aplicaba choques eléctricos, el barril de agua y la capucha.
Se
mantenía a los secuestrados desnudos, sin comer y se les arrojaba agua
helada. Agregó que los seleccionados para ser ejecutados eran entregados
a
un grupo de exprisioneros, sacados de la cárcel para llevar a cabo esa
tarea, para lo cual al principio utilizaron armas de fuego y luego el puñal
y el machete (testimonio de Florencio Caballero).
104. El actual Director de Inteligencia negó que las Fuerzas Armadas
tengan
cárceles clandestinas, ya que ese no es su modus operandi sino, más
bien, el
de los elementos subversivos que las denominan "cárceles del pueblo".
Añadió
que un servicio de inteligencia no se dedica a la eliminación física
o a las
desapariciones sino a obtener información y procesarla, para que los
órganos
de decisión de más alto nivel del país tomen las resoluciones
apropiadas
(testimonio de Roberto Núñez Montes).
105. Un oficial hondureño, llamado a comparecer por la Corte, dijo que
a un
detenido no se le puede forzar violenta o sicológicamente para que brinde
la
información requerida, porque eso está prohibido (testimonio de
Marco Tulio
Regalado Hernández).
106. En un gran número de recortes de la prensa hondureña de
esa época,
aportados al expediente por la Comisión, se informa de los casos de
desaparición de al menos 64 personas, al parecer por razones ideológicas,
políticas o sindicales. Seis de estas personas, que aparecieron después,
se
quejaron de haber sufrido tortura y otros tratos crueles, inhumanos y
degradantes. En estos recortes se habla de la existencia de diversos
cementerios clandestinos, en los que aparecieron 17 cadáveres.
107. Según la deposición de su hermana, testigos presenciales
del secuestro
de Manfredo Velásquez le informaron que él fue capturado el 12
de setiembre
de 1981, entre las 4:30 y 5:00 p.m., en un estacionamiento de vehículos
en
el centro de Tegucigalpa, por siete hombres fuertemente armados, vestidos de
civil (uno de ellos el Sargento Primero José Isaías Vilorio),
que usaron un
vehículo Ford, blanco, sin placas (testimonio de Zenaida Velásquez.
Ver
también testimonio de Ramón Custodio López).
108. La misma testigo informó a la Corte que el Coronel Leónidas
Torres
Arias, que había sido jefe de la inteligencia militar hondureña,
dijo, en
una conferencia de prensa en México, que Manfredo Velásquez fue
desaparecido
por un escuadrón especial, bajo el mando del Capitán Alexander
Hernández,
cumpliendo órdenes directas del General Gustavo Alvarez Martínez
(testimonio
de Zenaida Velásquez).
109. El oficial Hernández afirmó que jamás recibió
orden alguna para detener
a Manfredo Velásquez y que ni siquiera trabajó en el área
operativa policial
(testimonio de Alexander Hernández).
110. El Gobierno recusó, con base en el artículo 37 del Reglamento,
a
Zenaida Velásquez por ser hermana de la presunta víctima, lo que
en su
opinión la hace tener interés directo en el resultado del juicio.
111. La Corte, por unanimidad, rechazó la recusación formulada,
porque
consideró que la circunstancia de que la testigo fuera hermana de la
víctima
no bastaba para inhabilitarla, reservándose el derecho de apreciar esa
declaración.
112. El Gobierno arguyó que las declaraciones de la testigo son
irrelevantes, ya que las mismas no se concretan al hecho investigado por la
Corte y lo que expresó sobre el secuestro de su hermano no le consta
personalmente sino de oídas.
113. El exintegrante de las Fuerzas Armadas que dijo pertenecer al grupo que
practicaba secuestros, manifestó a la Corte que, aunque él no
intervino en
el secuestro de Manfredo Velásquez, el Teniente Flores Murillo le comentó
cómo había sido. Fue secuestrado, según este testimonio,
en el centro de
Tegucigalpa en un operativo en que participó el Sargento José
Isaías
Vilorio, unos señores de seudónimos Ezequiel y Titanio y el mismo
Teniente
Flores Murillo. El Teniente le relató que a Ezequiel se le disparó
el arma e
hirió a Manfredo en una pierna, ya que hubo lucha; el secuestrado fue
llevado a INDUMIL (Industrias Militares) y torturado; luego trasladado a
manos de los ejecutores quienes, por orden del General Alvarez, Jefe de las
Fuerzas Armadas, se lo llevaron de Tegucigalpa y lo mataron con puñal
y
machete. Su cuerpo fue desmembrado y los restos enterrados en lugares
diferentes (testimonio de Florencio Caballero).
114. El actual Director del Servicio de Inteligencia manifestó que José
Isaías Vilorio fue archivador de la DNI. Dijo no conocer al Teniente
Flores
Murillo y afirmó que INDUMIL nunca ha servido como centro de detención
(testimonio de Roberto Núñez Montes).
115. Un testigo afirmó que fue apresado el 29 de setiembre de 1981 por
cinco
o seis elementos que se identificaron como miembros de las Fuerzas Armadas,
quienes lo trasladaron a las oficinas de la DNI. De ahí se lo llevaron
vendado en un carro a un lugar desconocido donde fue torturado. El 1º de
octubre de 1981, mientras estaba detenido, lo llamó, a través
del hueco de
una cerradura faltante en la puerta hacia una pieza vecina, una voz
quejumbrosa y adolorida y le dijo que era Manfredo Velásquez y le pidió
ayuda. Según su testimonio, en ese momento entró el Teniente Ramón
Mejía,
quien al verlo de pie lo golpeó, pese a que él dijo que se había
levantado
por estar cansado. Agregó que, posteriormente, el Sargento Carlos Alfredo
Martínez, con quien hizo amistad en el bar en el que el testigo trabajaba,
le dijo que a Manfredo Velásquez lo habían entregado a los agentes
del
Batallón 316 (testimonio de Leopoldo Aguilar Villalobos).
116. El Gobierno afirmó que la declaración de este testigo "no
merece entera
fe porque hay pormenores que no deben desestimarse, como es el hecho de
haber dicho que tan sólo una vez había sido detenido, en el año
1981, por
dedicarse al tráfico de armas y al secuestro de un avión, cuando
la verdad
es que ha sido detenido en varias oportunidades por la policía hondureña
por
sus antecedentes nada recomendables".
117. La Comisión también ofreció prueba para demostrar
que en Honduras,
entre los años 1981 y 1984, los recursos judiciales internos fueron
ineficaces para proteger los derechos humanos, especialmente los derechos a
la vida, a la libertad y a la integridad personal de los desaparecidos.
118. La Corte recibió el testimonio de personas, según cuyas declaraciones:
a) Los mecanismos legales en Honduras no funcionaron para averiguar el
paradero y asegurar el respeto de la integridad física y moral de los
detenidos. En el caso de los recursos de exhibición personal o hábeas
corpus
interpuestos, los tribunales fueron lentos en nombrar los jueces ejecutores
quienes, una vez nombrados, eran frecuentemente desatendidos por las
autoridades de policía cuando se presentaban ante ellos. Varias veces,
las
autoridades negaron las capturas, aún en los casos en que los prisioneros
después reaparecieron. No había órdenes judiciales para
las detenciones y no
se sabía dónde estaba el detenido. Cuando los recursos de exhibición
personal se formalizaban, las autoridades de policía no exhibían
a los
detenidos (testimonios de Miguel Angel Pavón Salazar, Ramón Custodio
López,
Milton Jiménez Puerto y Efraín Díaz Arrivillaga).
b) Los jueces ejecutores nombrados por los Tribunales de Justicia no gozaban
de todas las garantías y sentían temor por represalias que pudieran
tomarse
en su contra, porque en muchas ocasiones fueron objeto de amenazas y, más
de
una vez, apresados. Hubo casos de jueces ejecutores maltratados físicamente
por las autoridades. Profesores de Derecho y abogados que se dedicaban a
defender presos políticos sufrieron presiones para que no actuaran en
casos
de violaciones a los derechos humanos. Solamente dos se atrevieron a
interponer recursos de exhibición personal a favor de los desaparecidos
y
uno de ellos fue detenido mientras tramitaba un recurso (testimonios de
Milton Jiménez Puerto, Miguel Angel Pavón Salazar, Ramón
Custodio López,
César Augusto Murillo, René Velásquez Díaz y Zenaida
Velásquez).
c) No se conoce ningún caso, entre los años 1981 a 1984, en que
un recurso
de exhibición personal interpuesto en favor de detenidos clandestinamente
hubiera dado resultado. Si algunos aparecieron, no lo fueron como
consecuencia de tales recursos (testimonios de Miguel Angel Pavón Salazar,
Inés Consuelo Murillo, César Augusto Murillo, Milton Jiménez
Puerto, René
Velásquez Díaz y Virgilio Carías).
VI
119. Los testimonios y documentos, corroborados en recortes de prensa,
presentados por la Comisión tienden a demostrar:
La existencia en Honduras, durante los años 1981 a 1984, de una práctica
sistemática y selectiva de desapariciones, al amparo o con la tolerancia
del
poder público;
b) Que Manfredo Velásquez fue víctima de esa práctica
y secuestrado,
presumiblemente torturado, ejecutado y sepultado en forma clandestina, por
agentes de las Fuerzas Armadas de Honduras, y
c) Que en la época en que tales hechos ocurrieron, los recursos legales
disponibles en Honduras no fueron idóneos ni eficaces para garantizar
sus
derechos a la vida y a la libertad e integridad personales.
120. El Gobierno, por su parte, aportó documentos y fundó alegatos
sobre los
testimonios de tres militares hondureños, dos de ellos citados por la
Corte
por haber sido mencionados en el proceso como directamente vinculados a la
práctica general referida y a la desaparición de Manfredo Velásquez.
Estas
pruebas están dirigidas:
a) Los testimonios, a explicar la organización y funcionamiento de los
cuerpos de seguridad a los cuales se atribuye la inmediata ejecución
de los
hechos y a negar todo conocimiento o vinculación personales de los
declarantes en ellos;
b) Algunos documentos, a demostrar la inexistencia de demandas civiles de
presunción de muerte por desaparición de Manfredo Velásquez,
y
c) Otros documentos, a probar cómo varios recursos de exhibición
personal
fueron admitidos y acogidos por la Corte Suprema de Justicia hondureña
y, en
algunos casos, produjeron la liberación de las personas en cuyo favor
se
plantearon.
121. No aparecen en el expediente otras pruebas directas como peritaciones,
inspecciones o informes.
VII
122. Antes de examinar las pruebas recibidas, la Corte debe comenzar por
precisar algunas cuestiones relacionadas con la carga de la prueba y los
criterios generales que orientan su valoración y la determinación
de los
hechos probados en el presente juicio.
123. Dado que la Comisión es quien demanda al Gobierno por la desaparición
de Manfredo Velásquez a ella corresponde, en principio, la carga de la
prueba de los hechos en que su demanda se funda.
124. El argumento de la Comisión se basa en que una política
de
desapariciones, auspiciada o tolerada por el Gobierno, tiene como verdadero
propósito el encubrimiento y la destrucción de la prueba relativa
a las
desapariciones de los individuos objeto de la misma. Cuando la existencia de
tal práctica o política haya sido probada, es posible, ya sea
mediante
prueba circunstancial o indirecta, o ambas, o por inferencias lógicas
pertinentes, demostrar la desaparición de un individuo concreto, que
de otro
modo sería imposible, por la vinculación que ésta última
tenga con la
práctica general.
125. El Gobierno no objetó el enfoque propuesto por la Comisión.
Sin
embargo, argumentó que no fue probada la existencia de una práctica
de
desapariciones en Honduras ni la participación de autoridades hondureñas
en
la supuesta desaparición de Manfredo Velásquez.
126. La Corte no encuentra ninguna razón para considerar inadmisible
el
enfoque adoptado por la Comisión. Si se puede demostrar que existió
una
práctica gubernamental de desapariciones en Honduras llevada a cabo por
el
Gobierno o al menos tolerada por él, y si la desaparición de Manfredo
Velásquez se puede vincular con ella, las denuncias hechas por la Comisión
habrían sido probadas ante la Corte, siempre y cuando los elementos de
prueba aducidos en ambos puntos cumplan con los criterios de valoración
requeridos en casos de este tipo.
127. La Corte debe determinar cuáles han de ser los criterios de valoración
de las pruebas aplicables en este caso. Ni la Convención ni el Estatuto
de
la Corte o su Reglamento tratan esta materia. Sin embargo, la jurisprudencia
internacional ha sostenido la potestad de los tribunales para evaluar
libremente las pruebas, aunque ha evitado siempre suministrar una rígida
determinación del quantum de prueba necesario para fundar el fallo (cfr.
Corfu Channel, Merits, Judgment I.C.J. Reports 1949; Military and
Paramilitary Activities in and against Nicaragua (Nicaragua v. United States
of America), Merits, Judgment, I.C.J. Reports 1986, párrs. 29-30 y 59-60).
128. Para un tribunal internacional, los criterios de valoración de la
prueba son menos formales que en los sistemas legales internos. En cuanto al
requerimiento de prueba, esos mismos sistemas reconocen gradaciones
diferentes que dependen de la naturaleza, carácter y gravedad del litigio.
129. La Corte no puede ignorar la gravedad especial que tiene la atribución
a un Estado Parte en la Convención del cargo de haber ejecutado o tolerado
en su territorio una práctica de desapariciones. Ello obliga a la Corte
a
aplicar una valoración de la prueba que tenga en cuenta este extremo
y que,
sin perjuicio de lo ya dicho, sea capaz de crear la convicción de la
verdad
de los hechos alegados.
130. La práctica de los tribunales internacionales e internos demuestra
que
la prueba directa, ya sea testimonial o documental, no es la única que
puede
legítimamente considerarse para fundar la sentencia. La prueba
circunstancial, los indicios y las presunciones, pueden utilizarse, siempre
que de ellos puedan inferirse conclusiones consistentes sobre los hechos.
131. La prueba indiciaria o presuntiva resulta de especial importancia
cuando se trata de denuncias sobre la desaparición, ya que esta forma
de
represión se caracteriza por procurar la supresión de todo elemento
que
permita comprobar el secuestro, el paradero y la suerte de las víctimas.
132. El procedimiento ante la Corte, como tribunal internacional que es,
presenta particularidades y carácter propios por lo cual no le son
aplicables, automáticamente, todos los elementos de los procesos ante
tribunales internos.
133. Esto, que es válido en general en los procesos internacionales,
lo es
más aún en los referentes a la protección de los derechos
humanos.
134. En efecto, la protección internacional de los derechos humanos
no debe
confundirse con la justicia penal. Los Estados no comparecen ante la Corte
como sujetos de acción penal. El Derecho internacional de los derechos
humanos no tiene por objeto imponer penas a las personas culpables de sus
violaciones, sino amparar a las víctimas y disponer la reparación
de los
daños que les hayan sido causados por los Estados responsables de tales
acciones.
135. A diferencia del Derecho penal interno, en los procesos sobre
violaciones de derechos humanos, la defensa del Estado no puede descansar
sobre la imposibilidad del demandante de allegar pruebas que, en muchos
casos, no pueden obtenerse sin la cooperación del Estado.
136. Es el Estado quien tiene el control de los medios para aclarar hechos
ocurridos dentro de su territorio. La Comisión, aunque tiene facultades
para
realizar investigaciones, en la práctica depende, para poder efectuarlas
dentro de la jurisdicción del Estado, de la cooperación y de los
medios que
le proporcione el Gobierno.
137. Ya que el Gobierno solamente presentó algunas pruebas documentales
relacionadas con sus objeciones preliminares pero no sobre el fondo, la
Corte debe establecer sus conclusiones prescindiendo del valioso auxilio de
una participación más activa de Honduras, que le hubiera significado,
por lo
demás, proveer adecuadamente a su defensa.
138. La forma en que la defensa ha sido conducida habría podido bastar
para
que muchos de los hechos afirmados por la Comisión se tuvieran válidamente
por ciertos, sin más, en virtud del principio de que, salvo en la materia
penal --que no tiene que ver en el presente caso, como ya se dijo (supra
134-135)--, el silencio del demandado o su contestación elusiva o ambigua
pueden interpretarse como aceptación de los hechos de la demanda, por
lo
menos mientras lo contrario no aparezca de los autos o no resulte de la
convicción judicial. La Corte, sin embargo, trató de suplir esas
deficiencias procesales, admitiendo todas las pruebas que le fueron
propuestas, aun en forma extemporánea, y ordenando de oficio algunas
otras.
Esto, por supuesto, sin renunciar a sus potestades discrecionales para
apreciar el silencio o la inercia de Honduras ni a su deber de valorar la
totalidad de los hechos.
139. La Comisión, sin perjuicio de haber utilizado otros elementos de
prueba, aplicó, en el trámite ante ella, el artículo 42
de su Reglamento,
que dice:
Se presumirán verdaderos los hechos relatados en la petición
y cuyas partes
pertinentes hayan sido transmitidas al Gobierno del Estado aludido si, en el
plazo máximo fijado por la Comisión de conformidad con el artículo
34,
párrafo 5, dicho Gobierno no suministrare la información correspondiente,
siempre y cuando de otros elementos de convicción no resultare una
conclusión diversa.
Pero, como la aplicación de esta presunción legal que tuvo lugar
en el
trámite ante la Comisión no ha sido discutida en el proceso y
el Gobierno,
por su parte, participó plenamente en el mismo, es irrelevante tratarla
aquí.
VIII
140. En el presente caso la Corte tiene por buenos los documentos
presentados por la Comisión y por Honduras, máxime cuando no fueron
controvertidos ni objetados, ni su autenticidad o veracidad puesta en duda.
141. Respecto de los testimonios presentados por la Comisión, en el
curso de
las audiencias, el Gobierno recusó testigos con base en el artículo
37 del
Reglamento. En la resolución de 6 de octubre de 1987, mediante la cual
se
rechazó una recusación, la Corte afirmó lo siguiente:
b) Que la recusación planteada se refiere, más bien, a circunstancias
que el
Gobierno señala en las cuales su testimonio (el del testigo recusado)
podría
no ser objetivo.
c) Que corresponde a la Corte, al dictar sentencia, definir sobre el valor
que tenga una prueba presentada ante ella.
d) Que son los hechos apreciados por la Corte y no los medios utilizados
para probarlos, dentro de un proceso, los que le pueden llevar a establecer
si hay una violación de los derechos humanos contenidos en la Convención.
f) Que está en las partes, en el curso del proceso, demostrar que lo
afirmado por un testigo no corresponde a la verdad.
142. En los contrainterrogatorios los abogados del Gobierno pretendieron
señalar la eventual falta de objetividad de algunos testigos por razones
ideológicas, de origen o nacionalidad, o de parentesco o atribuyéndoles
interés en perjudicar a Honduras, llegando, incluso, a insinuar que
testimoniar en estos procesos contra el Estado podría constituir una
deslealtad hacia su país. Igualmente se invocó la circunstancia
de que
algunos testigos tuvieran antecedentes penales o estuvieran sometidos a
juicio como fundamento de su falta de idoneidad para comparecer ante la
Corte (supra 86, 88, 90, 92, 101, 110 y 116).
143. Algunas circunstancias pueden, ciertamente, condicionar el apego a la
verdad de un testigo. El Gobierno, sin embargo, no demostró con hechos
concretos que los testigos hubieran faltado a la verdad, sino que se limitó
a hacer observaciones de carácter general sobre la supuesta falta de
idoneidad o imparcialidad de los mismos, que no son suficientes para
desvirtuar testimonios coincidentes y contestes en lo fundamental, por lo
cual el juzgador no puede desecharlos.
144. Por otra parte, algunos de los señalamientos del Gobierno carecen
de
fundamentación en el ámbito de la protección de los derechos
humanos. No es
admisible que se insinúe que las personas que, por cualquier título,
acuden
al sistema interamericano de protección a los derechos humanos estén
incurriendo en deslealtad hacia su país, ni que pueda extraerse de este
hecho cualquier sanción o consecuencia negativa. Los derechos humanos
representan valores superiores que "no nacen del hecho de ser nacional
de
determinado Estado, sino que tienen como fundamento los atributos de la
persona humana" (Declaración Americana de los Derechos y Deberes
del Hombre,
Considerando y Convención Americana, Preámbulo).
145. Tampoco es sustentable que la circunstancia de tener antecedentes
penales o procesos pendientes sea por sí sola suficiente para negar la
idoneidad de los testigos para deponer ante la Corte. Tal como lo decidió
la
Corte en el presente caso por resolución de 6 de octubre de 1987,
(e)s contradictorio, dentro de la Convención Americana sobre Derechos
Humanos, negar a priori, a un testigo por la razón de que esté
procesado o
incluso haya sido condenado en el orden interno, la posibilidad de declarar
sobre hechos materia de un proceso sometido a la Corte, incluso si tal
proceso se refiere a materias que lo afecten.
146. A un gran número de recortes de prensa aportados por la Comisión
no
puede dárseles el carácter de prueba documental propiamente dicha.
Muchos de
ellos, sin embargo, constituyen la manifestación de hechos públicos
y
notorios que, como tales, no requieren en sí mismos de prueba; otros
tienen
valor, como ha sido reconocido por la jurisprudencia internacional (Military
and Paramilitary Activities in and against Nicaragua, supra 127, párrs.
62-64) en cuanto reproducen textualmente declaraciones públicas,
especialmente de altos funcionarios de las Fuerzas Armadas, del Gobierno o
de la propia Corte Suprema de Justicia de Honduras, como algunas emanadas
del Presidente de esta última; finalmente, otros tienen importancia en
su
conjunto en la medida en que corroboran los testimonios recibidos en el
proceso respecto de las desapariciones y la atribución de esos hechos
a las
autoridades militares o policiales de este país.
IX
147. La Corte entra ahora a determinar los hechos relevantes que considera
probados, a saber:
a) Que en la República de Honduras, durante los años de 1981
a 1984, un
número de personas, entre 100 y 150, desapareció sin que de muchas
de ellas
se haya vuelto a tener noticia alguna (testimonios de Miguel Angel Pavón
Salazar, Ramón Custodio López, Efraín Díaz Arrivillaga,
Florencio Caballero
y recortes de prensa).
b) Que tales desapariciones tenían un patrón muy similar, que
se iniciaba
mediante el secuestro violento de las víctimas, muchas veces a la luz
del
día y en lugares poblados, por parte de hombres armados, vestidos de
civil y
disfrazados que actuaban con aparente impunidad, en vehículos sin
identificación oficial y con cristales polarizados, sin placas o con
placas
falsas (testimonios de Miguel Angel Pavón Salazar, Ramón Custodio
López,
Efraín Díaz Arrivillaga, Florencio Caballero y recortes de prensa).
c) Que la población consideraba como un hecho público y notorio
que los
secuestros se perpetraban por agentes militares, o por policías o por
personal bajo su dirección (testimonios de Miguel Angel Pavón
Salazar, Ramón
Custodio López, Efraín Díaz Arrivillaga, Florencio Caballero
y recortes de
prensa).
d) Que las desapariciones se realizaban mediante una práctica sistemática,
de la cual la Corte considera especialmente relevantes las siguientes
circunstancias:
i) Las víctimas eran generalmente personas consideradas por las autoridades
hondureñas como peligrosas para la seguridad del Estado (testimonios
de
Miguel Angel Pavón Salazar, Ramón Custodio López, Efraín
Díaz Arrivillaga,
Florencio Caballero, Virgilio Carías, Milton Jiménez Puerto, René
Velásquez
Díaz, Inés Consuelo Murillo, José Gonzalo Flores Trejo,
Zenaida Velásquez,
César Augusto Murillo y recortes de prensa). Además, usualmente
las víctimas
habían estado sometidas a vigilancia y seguimiento por períodos
más o menos
prolongados (testimonios de Ramón Custodio López y Florencio Caballero);
ii) Las armas empleadas eran de uso reservado a las autoridades militares y
de policía y se utilizaban vehículos con cristales polarizados,
cuyo uso
requiere de una autorización oficial especial. En algunas oportunidades
las
detenciones se realizaron por agentes del orden público, sin disimulo
ni
disfraz; en otras éstos habían previamente despejado los lugares
donde se
ejecutarían los secuestros y, por lo menos en una ocasión, los
secuestradores, al ser detenidos por agentes del orden público, continuaron
libremente su marcha al identificarse como autoridades (testimonios de
Miguel Angel Pavón Salazar, Ramón Custodio López y Florencio
Caballero);
iii) Las personas secuestradas eran vendadas, llevadas a lugares secretos e
irregulares de detención y trasladadas de uno a otro. Eran interrogadas
y
sometidas a vejámenes, crueldades y torturas. Algunas de ellas fueron
finalmente asesinadas y sus cuerpos enterrados en cementerios clandestinos
(testimonios de Miguel Angel Pavón Salazar, Ramón Custodio López,
Florencio
Caballero, René Velásquez Díaz, Inés Consuelo Murillo
y José Gonzalo Flores
Trejo);
iv) Las autoridades negaban sistemáticamente el hecho mismo de la detención,
el paradero y la suerte de las víctimas, tanto a sus parientes, abogados
y
personas o entidades interesadas en la defensa de los derechos humanos, como
a los jueces ejecutores en recursos de exhibición personal. Esa actitud
se
produjo inclusive en casos de personas que después reaparecieron en manos
de
las mismas autoridades que, sistemáticamente, habían negado tenerlas
en su
poder o conocer su suerte (testimonios de Inés Consuelo Murillo, José
Gonzalo Flores Trejo, Efraín Díaz Arrivillaga, Florencio Caballero,
Virgilio
Carías, Milton Jiménez Puerto, René Velásquez Díaz,
Zenaida Velásquez y
César Augusto Murillo, así como recortes de prensa);
v) Tanto las autoridades militares y de policía como el Gobierno y el
Poder
Judicial se negaban o eran incapaces de prevenir, investigar y sancionar los
hechos y de auxiliar a quienes se interesaban en averiguar el paradero y la
suerte de las víctimas o de sus restos. Cuando se integraron comisiones
investigadoras del Gobierno o de las Fuerzas Armadas, no condujeron a ningún
resultado. Las causas judiciales que se intentaron fueron tramitadas con
evidente lentitud y desinterés y algunas de ellas finalmente sobreseídas
(testimonios de Inés Consuelo Murillo, José Gonzalo Flores Trejo,
Efraín
Díaz Arrivillaga, Florencio Caballero, Virgilio Carías, Milton
Jiménez
Puerto, René Velásquez Díaz, Zenaida Velásquez y
César Augusto Murillo, así
como recortes de prensa);
e) Que Manfredo Velásquez desapareció el 12 de setiembre de 1981,
entre las
16:30 y las 17:00 horas, en un estacionamiento de vehículos en el centro
de
Tegucigalpa, secuestrado por varios hombres fuertemente armados, vestidos de
civil, que utilizaron un vehículo Ford de color blanco, sin placas y
que
hoy, casi siete años después, continúa desaparecido, por
lo que se puede
suponer razonablemente que ha muerto (testimonios de Miguel Angel Pavón
Salazar, Ramón Custodio López, Zenaida Velásquez, Florencio
Caballero,
Leopoldo Aguilar Villalobos y recortes de prensa).
f) Que ese secuestro fue llevado a cabo por personas vinculadas con las
Fuerzas Armadas o bajo su dirección (testimonios de Ramón Custodio
López,
Zenaida Velásquez, Florencio Caballero, Leopoldo Aguilar Villalobos y
recortes de prensa),
g) Que el secuestro y desaparición de Manfredo Velásquez corresponde
al
marco de la práctica de desapariciones a que se refieren los hechos que
se
consideran probados en los literales a) a d) inclusive. En efecto:
i) Manfredo Velásquez era un estudiante que realizaba actividades de
aquéllas consideradas por las autoridades como "peligrosas"
para la
seguridad del Estado (testimonios de Miguel Angel Pavón Salazar, Ramón
Custodio López y Zenaida Velásquez).
ii) El secuestro de Manfredo Velásquez fue practicado, a plena luz del
día,
por hombres vestidos de civil que utilizaron un vehículo sin placas.
iii) En el caso de Manfredo Velásquez se produjeron las mismas negativas
de
sus captores y de las autoridades de las Fuerzas Armadas, las mismas
omisiones de éstas y del Gobierno en investigar y dar cuenta de su paradero,
y la misma ineficacia de los tribunales de justicia ante los cuales se
interpusieron tres recursos de exhibición personal y dos denuncias penales
(testimonios de Miguel Angel Pavón Salazar, Ramón Custodio López,
Zenaida
Velásquez, recortes de prensa y documentos).
h) Que no aparece en el expediente prueba alguna de que Manfredo Velásquez
se hubiera unido a grupos subversivos, salvo una carta del Alcalde de
Langue, según la cual se rumoreaba que andaba con grupos subversivos.
Esa
versión no fue complementada con ningún otro elemento probatorio
por el
Gobierno, lo que, lejos de demostrar la veracidad de ese supuesto rumor, más
bien indica que se le vinculaba con actividades juzgadas peligrosas para la
seguridad del Estado. Tampoco hay prueba de que hubiera sido secuestrado por
obra de delincuentes comunes o de otras personas desvinculadas con la
práctica de desapariciones entonces vigente.
148. Por todo lo anterior, la Corte concluye que han sido probadas en el
proceso: 1) la existencia de una práctica de desapariciones cumplida
o
tolerada por las autoridades hondureñas entre los años 1981 a
1984; 2) la
desaparición de Manfredo Velásquez por obra o con la tolerancia
de esas
autoridades dentro del marco de esa práctica; y 3) la omisión
del Gobierno
en la garantía de los derechos humanos afectados por tal práctica.
X
149. En la historia de la violación de los derechos humanos, las
desapariciones no son una novedad. Pero su carácter sistemático
y reiterado,
su utilización como una técnica destinada a producir no sólo
la desaparición
misma, momentánea o permanente, de determinadas personas, sino también
un
estado generalizado de angustia, inseguridad y temor, ha sido relativamente
reciente. Aunque esta práctica posee carácter más o menos
universal, en
América Latina ha presentado en los últimos años una excepcional
intensidad.
150. El fenómeno de las desapariciones constituye una forma compleja
de
violación de los derechos humanos que debe ser comprendida y encarada
de una
manera integral.
151. La creación del Grupo de Trabajo sobre Desapariciones Forzadas
o
Involuntarias de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas,
mediante resolución 20 (XXXVI) de 29 de febrero de 1980, constituye una
actitud concreta de censura y repudio generalizados, por una práctica
que ya
había sido objeto de atención en el ámbito universal por
la Asamblea General
(resolución 33/173 de 20 de diciembre de 1978), por el Consejo Económico
y
Social (resolución 1979/38 de 10 de mayo de 1979) y por la Subcomisión
de
Prevención de Discriminaciones y Protección a las Minorías
(resolución 5 B
(XXXII) de 5 de setiembre de 1979). Los informes de los relatores o enviados
especiales de la Comisión de Derechos Humanos muestran la preocupación
por
el cese de esa práctica, por la aparición de las personas afectadas
y por la
aplicación de sanciones a los responsables.
152. En el ámbito regional americano la Asamblea General de la Organización
de los Estados Americanos (OEA) y la Comisión se han referido reiteradamente
a la cuestión de las desapariciones para promover la investigación
de tales
situaciones, para calificarlas y para exigir que se les ponga fin (AG/RES.
443 (IX-0/79) de 31 de octubre de 1979; AG/RES 510 (X-0/80) de 27 de
noviembre de 1980; AG/RES. 618 (XII-0/82) de 20 de noviembre de 1982;
AG/RES. 666 (XIII-0/83) del 18 de noviembre de 1983; AG/RES. 742 (XIV-0/84)
del 17 de noviembre de 1984 y AG/RES. 890 (XVII-0/87) del 14 de noviembre de
1987; Comisión Interamericana de Derechos Humanos: Informe Anual, 1978,
págs. 22-24a; Informe Anual 1980-1981, págs. 113-114; Informe
Anual,
1982-1983, págs. 49-51; Informe Anual, 1985-1986, págs. 40-42;
Informe
Anual, 1986-1987, págs 299-306 y en muchos de sus informes especiales
por
países como OEA/Ser.L/V/II.49, doc. 19, 1980 (Argentina); OEA/Ser.L/V/II.66,
doc. 17, 1985 (Chile) y OEA/Ser.L/V/II.66, doc. 16, 1985 (Guatemala)).
153. Si bien no existe ningún texto convencional en vigencia, aplicable
a
los Estados Partes en la Convención, que emplee esta calificación,
la
doctrina y la práctica internacionales han calificado muchas veces las
desapariciones como un delito contra la humanidad (Anuario Interamericano de
Derechos Humanos, 1985, págs. 369, 687 y 1103). La Asamblea de la OEA
ha
afirmado que "es una afrenta a la conciencia del Hemisferio y constituye
un
crimen de lesa humanidad" (AG/RES.666, supra). También la ha calificado
como
"un cruel e inhumano procedimiento con el propósito de evadir la
ley, en
detrimento de las normas que garantizan la protección contra la detención
arbitraria y el derecho a la seguridad e integridad personal" (AG/RES.
742,
supra).
154. Está más allá de toda duda que el Estado tiene el
derecho y el deber de
garantizar su propia seguridad. Tampoco puede discutirse que toda sociedad
padece por las infracciones a su orden jurídico. Pero, por graves que
puedan
ser ciertas acciones y por culpables que puedan ser los reos de determinados
delitos, no cabe admitir que el poder pueda ejercerse sin límite alguno
o
que el Estado pueda valerse de cualquier procedimiento para alcanzar sus
objetivos, sin sujeción al derecho o a la moral. Ninguna actividad del
Estado puede fundarse sobre el desprecio a la dignidad humana.
155. La desaparición forzada de seres humanos constituye una violación
múltiple y continuada de numerosos derechos reconocidos en la Convención
y
que los Estados Partes están obligados a respetar y garantizar. El secuestro
de la persona es un caso de privación arbitraria de libertad que conculca,
además, el derecho del detenido a ser llevado sin demora ante un juez
y a
interponer los recursos adecuados para controlar la legalidad de su arresto,
que infringe el artículo 7 de la Convención que reconoce el derecho
a la
libertad personal y que en lo pertinente dispone:
1. Toda persona tiene derecho a la libertad y a la seguridad personales.
2. Nadie puede ser privado de su libertad física, salvo por las causas
y en
las condiciones fijadas de antemano por las Constituciones Políticas
de los
Estados Partes o por las leyes dictadas conforme a ellas.
3. Nadie puede ser sometido a detención o encarcelamiento arbitrarios.
4. Toda persona detenida o retenida debe ser informada de las razones de su
detención y notificada, sin demora, del cargo o cargos formulados contra
ella.
5. Toda persona detenida o retenida debe ser llevada, sin demora, ante un
juez u otro funcionario autorizado por la ley para ejercer funciones
judiciales y tendrá derecho a ser juzgada dentro de un plazo razonable
o a
ser puesta en libertad, sin perjuicio de que continúe el proceso. Su
libertad podrá estar condicionada a garantías que aseguren su
comparecencia
en el juicio.
6. Toda persona privada de libertad tiene derecho a recurrir ante un juez o
tribunal competente, a fin de que éste decida, sin demora, sobre la
legalidad de su arresto o detención y ordene su libertad si el arresto
o la
detención fueran ilegales. En los Estados Partes cuyas leyes prevén
que toda
persona que se viera amenazada de ser privada de su libertad tiene derecho a
recurrir a un juez o tribunal competente a fin de que éste decida sobre
la
legalidad de tal amenaza, dicho recurso no puede ser restringido ni abolido.
Los recursos podrán interponerse por sí o por otra persona.
156. Además, el aislamiento prolongado y la incomunicación coactiva
a los
que se ve sometida la víctima representan, por sí mismos, formas
de
tratamiento cruel e inhumano, lesivas de la libertad psíquica y moral
de la
persona y del derecho de todo detenido al respeto debido a la dignidad
inherente al ser humano, lo que constituye, por su lado, la violación
de las
disposiciones del artículo 5 de la Convención que reconocen el
derecho a la
integridad personal como sigue:
1. Toda persona tiene derecho a que se respete su integridad física,
psíquica y moral.
2. Nadie debe ser sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos
o degradantes. Toda persona privada de libertad será tratada con el respeto
debido a la dignidad inherente al ser humano.
Por lo demás, las investigaciones que se han verificado donde ha existido
la
práctica de desapariciones y los testimonios de las víctimas que
han
recuperado su libertad demuestran que ella incluye el trato despiadado a los
detenidos, quienes se ven sometidos a todo tipo de vejámenes, torturas
y
demás tratamientos crueles, inhumanos y degradantes, en violación
también al
derecho de la integridad física reconocido en el mismo artículo
5 de la
Convención.
157. La práctica de desapariciones, en fin, ha implicado con frecuencia
la
ejecución de los detenidos, en secreto y sin fórmula de juicio,
seguida del
ocultamiento del cadáver con el objeto de borrar toda huella material
del
crimen y de procurar la impunidad de quienes lo cometieron, lo que significa
una brutal violación del derecho a la vida, reconocido en el artículo
4 de
la Convención cuyo inciso primero reza:
1. Toda persona tiene derecho a que se respete su vida. Este derecho estará
protegido por la ley y, en general, a partir del momento de la concepción.
Nadie puede ser privado de la vida arbitrariamente.
158. La práctica de desapariciones, a más de violar directamente
numerosas
disposiciones de la Convención, como las señaladas, significa
una ruptura
radical de este tratado, en cuanto implica el craso abandono de los valores
que emanan de la dignidad humana y de los principios que más profundamente
fundamentan el sistema interamericano y la misma Convención. La existencia
de esa práctica, además, supone el desconocimiento del deber de
organizar el
aparato del Estado de modo que se garanticen los derechos reconocidos en la
Convención, como se expone a continuación.
XI
159. La Comisión ha solicitado a la Corte determinar que Honduras ha
violado
los derechos garantizados a Manfredo Velásquez por los artículos
4, 5 y 7 de
la Convención. El Gobierno ha negado los cargos y pretende una sentencia
absolutoria.
160. El problema planteado exige a la Corte un examen sobre las condiciones
en las cuales un determinado acto, que lesione alguno de los derechos
reconocidos en la Convención, puede ser atribuido a un Estado Parte y
comprometer, en consecuencia, su responsabilidad internacional.
161. El artículo 1.1 de la Convención dispone:
Artículo 1 Obligación de Respetar los Derechos
1. Los Estados Partes en esta Convención se comprometen a respetar los
derechos y libertades reconocidos en ella y a garantizar su libre y pleno
ejercicio a toda persona que esté sujeta a su jurisdicción, sin
discriminación alguna por motivos de raza, color, sexo, idioma, religión,
opiniones políticas o de cualquier otra índole, origen nacional
o social,
posición económica, nacimiento o cualquier otra condición
social.
162. Este artículo contiene la obligación contraída por
los Estados Partes
en relación con cada uno de los derechos protegidos, de tal manera que
toda
pretensión de que se ha lesionado alguno de esos derechos, implica
necesariamente la de que se ha infringido también el artículo
1.1 de la
Convención.
163. La Comisión no señaló de manera expresa la violación
del artículo 1.1
de la Convención, pero ello no impide que sea aplicado por esta Corte,
debido a que dicho precepto constituye el fundamento genérico de la
protección de los derechos reconocidos por la Convención y porque
sería
aplicable, de todos modos, en virtud de un principio general de Derecho,
iura novit curia, del cual se ha valido reiteradamente la jurisprudencia
internacional en el sentido de que el juzgador posee la facultad e inclusive
el deber de aplicar las disposiciones jurídicas pertinentes en una causa,
aun cuando las partes no las invoquen expresamente ("Lotus", Judgment
No. 9,
1927, P.C.I.J., Series A, No. 10, pág. 31 y Eur. Court H.R., Handyside
Case,
Judgment of 7 December 1976, Series A No. 24, párr. 41).
164. El artículo 1.1 es fundamental para determinar si una violación
de los
derechos humanos reconocidos por la Convención puede ser atribuida a
un
Estado Parte. En efecto, dicho artículo pone a cargo de los Estados Partes
los deberes fundamentales de respeto y de garantía, de tal modo que todo
menoscabo a los derechos humanos reconocidos en la Convención que pueda
ser
atribuido, según las reglas del Derecho internacional, a la acción
u omisión
de cualquier autoridad pública, constituye un hecho imputable al Estado
que
compromete su responsabilidad en los términos previstos por la misma
Convención.
165. La primera obligación asumida por los Estados Partes, en los términos
del citado artículo, es la de "respetar los derechos y libertades"
reconocidos en la Convención. El ejercicio de la función pública
tiene unos
límites que derivan de que los derechos humanos son atributos inherentes
a
la dignidad humana y, en consecuencia, superiores al poder del Estado. Como
ya lo ha dicho la Corte en otra ocasión,
... la protección a los derechos humanos, en especial a los derechos
civiles
y políticos recogidos en la Convención, parte de la afirmación
de la
existencia de ciertos atributos inviolables de la persona humana que no
pueden ser legítimamente menoscabados por el ejercicio del poder público.
Se
trata de esferas individuales que el Estado no puede vulnerar o en los que
sólo puede penetrar limitadamente. Así, en la protección
de los derechos
humanos, está necesariamente comprendida la noción de la restricción
al
ejercicio del poder estatal (La expresión "leyes" en el artículo
30 de la
Convención Americana sobre Derechos Humanos, Opinión Consultiva
OC-6/86 del
9 de mayo de 1986. Serie A No. 6, párr. 21).
166. La segunda obligación de los Estados Partes es la de "garantizar"
el
libre y pleno ejercicio de los derechos reconocidos en la Convención
a toda
persona sujeta a su jurisdicción. Esta obligación implica el deber
de los
Estados Partes de organizar todo el aparato gubernamental y, en general,
todas las estructuras a través de las cuales se manifiesta el ejercicio
del
poder público, de manera tal que sean capaces de asegurar jurídicamente
el
libre y pleno ejercicio de los derechos humanos. Como consecuencia de esta
obligación los Estados deben prevenir, investigar y sancionar toda violación
de los derechos reconocidos por la Convención y procurar, además,
el
restablecimiento, si es posible, del derecho conculcado y, en su caso, la
reparación de los daños producidos por la violación de
los derechos humanos.
167. La obligación de garantizar el libre y pleno ejercicio de los derechos
humanos no se agota con la existencia de un orden normativo dirigido a hacer
posible el cumplimiento de esta obligación, sino que comparta la necesidad
de una conducta gubernamental que asegure la existencia, en la realidad, de
una eficaz garantía del libre y pleno ejercicio de los derechos humanos.
168 La obligación a cargo de los Estados es, así, mucho más
inmediata que la
que resulta del artículo 2, que dice:
Artículo 2 Deber de Adoptar Disposiciones de Derecho Interno
Si el ejercicio de los derechos y libertades mencionados en el Artículo
1 no
estuviere ya garantizado por disposiciones legislativas o de otro carácter,
los Estados Partes se comprometen a adoptar, con arreglo a sus
procedimientos constitucionales y a las disposiciones de esta Convención,
las medidas legislativas o de otro carácter que fueren necesarias para
hacer
efectivos tales derechos y libertades.
169. Conforme al artículo 1.1 es ilícita toda forma de ejercicio
del poder
público que viole los derechos reconocidos por la Convención.
En tal
sentido, en toda circunstancia en la cual un órgano o funcionario del
Estado
o de una institución de carácter público lesione indebidamente
uno de tales
derechos, se está ante un supuesto de inobservancia del deber de respeto
consagrado en ese artículo.
170. Esa conclusión es independiente de que el órgano o funcionario
haya
actuado en contravención de disposiciones del derecho interno o desbordado
los límites de su propia competencia, puesto que es un principio de Derecho
internacional que el Estado responde por los actos de sus agentes realizados
al amparo de su carácter oficial y por las omisiones de los mismos aun
si
actúan fuera de los límites de su competencia o en violación
del derecho
interno.
171. El mencionado principio se adecúa perfectamente a la naturaleza
de la
Convención, que se viola en toda situación en la cual el poder
público sea
utilizado para lesionar los derechos humanos en ella reconocidos. Si se
considerara que no compromete al Estado quien se prevale del poder público
para violar tales derechos a través de actos que desbordan su competencia
o
que son ilegales, se tornaría ilusorio el sistema de protección
previsto en
la Convención.
172. Es, pues, claro que, en principio, es imputable al Estado toda
violación a los derechos reconocidos por la Convención cumplida
por un acto
del poder público o de personas que actúan prevalidas de los poderes
que
ostentan por su carácter oficial. No obstante, no se agotan allí
las
situaciones en las cuales un Estado está obligado a prevenir, investigar
y
sancionar las violaciones a los derechos humanos, ni los supuestos en que su
responsabilidad puede verse comprometida por efecto de una lesión a esos
derechos. En efecto, un hecho ilícito violatorio de los derechos humanos
que
inicialmente no resulte imputable directamente a un Estado, por ejemplo, por
ser obra de un particular o por no haberse identificado al autor de la
transgresión, puede acarrear la responsabilidad internacional del Estado,
no
por ese hecho en sí mismo, sino por falta de la debida diligencia para
prevenir la violación o para tratarla en los términos requeridos
por la
Convención.
173. Las infracciones a la Convención no pueden ser juzgadas aplicando
reglas que tengan en cuenta elementos de naturaleza sicológica, orientados
a
calificar la culpabilidad individual de sus autores. A los efectos del
análisis, es irrelevante la intención o motivación del
agente que
materialmente haya violado los derechos reconocidos por la Convención,
hasta
el punto que la infracción a la misma puede establecerse incluso si dicho
agente no está individualmente identificado. Lo decisivo es dilucidar
si una
determinada violación a los derechos humanos reconocidos por la Convención
ha tenido lugar con el apoyo o la tolerancia del poder público o si éste
ha
actuado de manera que la transgresión se haya cumplido en defecto de
toda
prevención o impunemente. En definitiva, de lo que se trata es de determinar
si la violación a los derechos humanos resulta de la inobservancia por
parte
de un Estado de sus deberes de respetar y de garantizar dichos derechos, que
le impone el artículo 1.1 de la Convención.
174. El Estado está en el deber jurídico de prevenir, razonablemente,
las
violaciones de los derechos humanos, de investigar seriamente con los medios
a su alcance las violaciones que se hayan cometido dentro del ámbito
de su
jurisdicción a fin de identificar a los responsables, de imponerles las
sanciones pertinentes y de asegurar a la víctima una adecuada reparación.
175. El deber de prevención abarca todas aquellas medidas de carácter
jurídico, político, administrativo y cultural que promuevan la
salvaguarda
de los derechos humanos y que aseguren que las eventuales violaciones a los
mismos sean efectivamente consideradas y tratadas como un hecho ilícito
que,
como tal, es susceptible de acarrear sanciones para quien las cometa, así
como la obligación de indemnizar a las víctimas por sus consecuencias
perjudiciales. No es posible hacer una enumeración detallada de esas
medidas, que varían según el derecho de que se trate y según
las condiciones
propias de cada Estado Parte. Es claro, a su vez, que la obligación de
prevenir es de medio o comportamiento y no se demuestra su incumplimiento
por el mero hecho de que un derecho haya sido violado. Pero sí es obvio,
en
cambio, que el sometimiento de detenidos a cuerpos represivos oficiales que
impunemente practiquen la tortura y el asesinato representa, por sí mismo,
una infracción al deber de prevención de violaciones a los derechos
a la
integridad física y a la vida, aun en el supuesto de que una persona
dada no
haya sufrido torturas o no haya sido ultimada, o si esos hechos no pueden
demostrarse en el caso concreto.
176. El Estado está, por otra parte, obligado a investigar toda situación
en
la que se hayan violado los derechos humanos protegidos por la Convención.
Si el aparato del Estado actúa de modo que tal violación quede
impune y no
se restablezca, en cuanto sea posible, a la víctima en la plenitud de
sus
derechos, puede afirmarse que ha incumplido el deber de garantizar su libre
y pleno ejercicio a las personas sujetas a su jurisdicción. Lo mismo
es
válido cuando se tolere que los particulares o grupos de ellos actúen
libre
o impunemente en menoscabo de los derechos humanos reconocidos en la
Convención.
177. En ciertas circunstancias puede resultar difícil la investigación
de
hechos que atenten contra derechos de la persona. La de investigar es, como
la de prevenir, una obligación de medio o comportamiento que no es
incumplida por el solo hecho de que la investigación no produzca un
resultado satisfactorio. Sin embargo, debe emprenderse con seriedad y no
como una simple formalidad condenada de antemano a ser infructuosa. Debe
tener un sentido y ser asumida por el Estado como un deber jurídico propio
y
no como una simple gestión de intereses particulares, que dependa de
la
iniciativa procesal de la víctima o de sus familiares o de la aportación
privada de elementos probatorios, sin que la autoridad pública busque
efectivamente la verdad. Esta apreciación es válida cualquiera
sea el agente
al cual pueda eventualmente atribuirse la violación, aun los particulares,
pues, si sus hechos no son investigados con seriedad, resultarían, en
cierto
modo, auxiliados por el poder público, lo que comprometería la
responsabilidad internacional del Estado.
178. De los autos se evidencia que, en el presente caso, hubo una completa
inhibición de los mecanismos teóricamente adecuados del Estado
hondureño
para atender a la investigación de la desaparición de Manfredo
Velásquez,
así como al cumplimiento de deberes como la reparación de los
daños causados
y la sanción a los responsables, contenidos en el artículo 1.1
de la
Convención.
179. Ha quedado comprobada, como ya lo ha verificado la Corte anteriormente,
la abstención del poder Judicial para atender los recursos introducidos
ante
diversos tribunales en el presente caso. Ningún recurso de exhibición
personal fue tramitado. Ningún juez tuvo acceso a los lugares donde
eventualmente pudiera haber estado detenido Manfredo Velásquez. La
investigación criminal que se abrió concluyó en un sobreseimiento.
180. Tampoco los órganos del Poder Ejecutivo cumplieron una investigación
seria para establecer la suerte de Manfredo Velásquez. Ninguna averiguación
fue abierta para conocer denuncias públicas sobre la práctica
de
desapariciones y sobre el hecho de que Manfredo Velásquez habría
sido
víctima de esa práctica. No se atendieron los requerimientos de
la Comisión
en el sentido de informar sobre la situación planteada, al punto de que
dicha Comisión hubo de aplicar la presunción de veracidad de los
hechos
denunciados por la falta de respuesta del Gobierno. El ofrecimiento de
efectuar una investigación en concordancia con lo dispuesto por la
resolución No. 30/83 de la Comisión concluyó en una averiguación
confiada a
las propias Fuerzas Armadas, quienes eran precisamente las señaladas
como
responsables directas de las desapariciones, lo cual cuestiona gravemente la
seriedad de la investigación. Se acudió frecuentemente al expediente
de
pedir a los familiares de las víctimas que presentaran pruebas concluyentes
de sus aseveraciones siendo que, por tratarse de delitos atentatorios contra
bienes esenciales de la persona, deben ser investigados de oficio en
cumplimiento del deber del Estado de velar por el orden público, más
aún
cuando los hechos denunciados se referían a una práctica cumplida
dentro del
seno de la institución armada la cual, por su naturaleza, está
cerrada a
investigaciones particulares. Tampoco se estableció ningún procedimiento
destinado a determinar quién o quiénes fueron los responsables
de la
desaparición de Manfredo Velásquez a fin de aplicarles las sanciones
que el
derecho interno establece. Todo ello configura un cuadro del que resulta que
las autoridades hondureñas no actuaron de conformidad con lo requerido
por
el artículo 1.1 de la Convención, para garantizar efectivamente
la vigencia
de los derechos humanos dentro de la jurisdicción de ese Estado.
181. El deber de investigar hechos de este género subsiste mientras
se
mantenga la incertidumbre sobre la suerte final de la persona desaparecida.
Incluso en el supuesto de que circunstancias legítimas del orden jurídico
interno no permitieran aplicar las sanciones correspondientes a quienes sean
individualmente responsables de delitos de esta naturaleza, el derecho de
los familiares de la víctima de conocer cuál fue el destino de
ésta y, en su
caso, dónde se encuentran sus restos, representa una justa expectativa
que
el Estado debe satisfacer con los medios a su alcance.
182. La Corte tiene la convicción, y así lo ha dado por probado,
de que la
desaparición de Manfredo Velásquez fue consumada por agentes que
actuaron
bajo la cobertura de una función pública. Pero, aunque no hubiera
podido
demostrarse tal cosa, la circunstancia de que el aparato del Estado se haya
abstenido de actuar, lo que está plenamente comprobado, representa un
incumplimiento imputable a Honduras de los deberes contraídos en virtud
del
artículo 1.1 de la Convención, según el cual estaba obligada
a garantizar a
Manfredo Velásquez el pleno y libre ejercicio de sus derecho humanos.
183. No escapa a la Corte que el ordenamiento jurídico de Honduras no
autorizaba semejantes acciones y que las mismas estaban tipificadas como
delitos según el derecho interno. Tampoco escapa a la Corte que no todos
los
niveles del poder público de Honduras estaban necesariamente al tanto
de
tales actuaciones ni existe constancia de que las mismas hayan obedecido a
órdenes impartidas por el poder civil. Sin embargo, tales circunstancias
son
irrelevantes a los efectos de establecer, según el Derecho internacional,
si
las violaciones a los derechos humanos que se perpetraron dentro de la
mencionada práctica son imputables a Honduras.
184. Según el principio de Derecho internacional de la identidad o
continuidad del Estado, la responsabilidad subsiste con independencia de los
cambios de gobierno en el transcurso del tiempo y, concretamente, entre el
momento en que se comete el hecho ilícito que genera la responsabilidad
y
aquél en que ella es declarada. Lo anterior es válido también
en el campo de
los derechos humanos aunque, desde un punto de vista ético o político,
la
actitud del nuevo gobierno sea mucho más respetuosa de esos derechos
que la
que tenía el gobierno en la época en la que las violaciones se
produjeron.
185. De todo lo anterior se concluye que de los hechos comprobados en este
juicio resulta que el Estado de Honduras es responsable de la desaparición
involuntaria de Angel Manfredo Velásquez Rodríguez. En consecuencia,
son
imputables a Honduras violaciones a los artículos 7, 5 y 4 de la Convención.
186. Por obra de la desaparición, Manfredo Velásquez fue víctima
de una
detención arbitraria, que lo privó de su libertad física
sin fundamento en
causas legales y sin ser llevado ante un juez o tribunal competente que
conociera de su detención. Todo ello infringe directamente el derecho
a la
libertad personal reconocido en el artículo 7 de la Convención
(supra 155) y
constituye una violación, imputable a Honduras, de los deberes de respetarlo
y garantizarlo, consagrado en el artículo 1.1 de la misma Convención.
187. La desaparición de Manfredo Velásquez es violatoria del
derecho a la
integridad personal reconocido en el artículo 5 de la Convención
(supra
156). En primer lugar porque el solo hecho del aislamiento prolongado y de
la incomunicación coactiva, representa un tratamiento cruel e inhumano
que
lesiona la integridad psíquica y moral de la persona y el derecho de
todo
detenido a un trato respetuoso de su dignidad, en contradicción con los
párrafos 1 y 2 del citado artículo. En segundo lugar porque, aun
cuando no
ha sido demostrado de modo directo que Manfredo Velásquez fue torturado
físicamente, la mera circunstancia de que su secuestro y cautiverio hayan
quedado a cargo de autoridades que comprobadamente sometían a los detenidos
a vejámenes, crueldades y torturas representa la inobservancia, por parte
de
Honduras, del deber que le impone el artículo 1.1, en relación
con los
párrafos 1 y 2 del artículo 5 de la Convención. En efecto,
la garantía de la
integridad física de toda persona y de que todo aquél que sea
privado de su
libertad sea tratado con el respeto debido a la dignidad inherente al ser
humano, implica la prevención razonable de situaciones virtualmente lesivas
de los derechos protegidos.
188. El razonamiento anterior es aplicable respecto del derecho a la vida
consagrado en el artículo 4 de la Convención (supra 157). El contexto
en que
se produjo la desaparición y la circunstancia de que siete años
después
continúe ignorándose qué ha sido de él, son de por
sí suficientes para
concluir razonablemente que Manfredo Velásquez fue privado de su vida.
Sin
embargo, incluso manteniendo un mínimo margen de duda, debe tenerse presente
que su suerte fue librada a manos de autoridades cuya práctica sistemática
comprendía la ejecución sin fórmula de juicio de los detenidos
y el
ocultamiento del cadáver para asegurar su impunidad. Ese hecho, unido
a la
falta de investigación de lo ocurrido, representa una infracción
de un deber
jurídico, a cargo de Honduras, establecido en el artículo 1.1
de la
Convención en relación al artículo 4.1 de la misma, como
es el de garantizar
a toda persona sujeta a su jurisdicción la inviolabilidad de la vida
y el
derecho a no ser privado de ella arbitrariamente, lo cual implica la
prevención razonable de situaciones que puedan redundar en la supresión
de
ese derecho.
XII
189. El artículo 63.1 de la Convención dispone:
Cuando decida que hubo violación de un derecho o libertad protegidos
en esta
Convención, la Corte dispondrá que se garantice al lesionado en
el goce de
su derecho o libertad conculcados. Dispondrá asimismo, si ello fuera
procedente, que se reparen las consecuencias de la medida o situación
que ha
configurado la vulneración de esos derechos y el pago de una justa
indemnización a la parte lesionada.
Es evidente que en el presente caso la Corte no puede disponer que se
garantice al lesionado en el goce de su derecho o libertad conculcados. En
cambio, es procedente la reparación de las consecuencias de la situación
que
ha configurado la violación de los derechos especificados en este caso
por
la Corte, contexto dentro del cual cabe el pago de una justa indemnización.
190. La Comisión reclamó durante el presente juicio el pago de
dicha
indemnización, pero no aportó elementos que sirvan de base para
definir su
monto ni la forma de pago, temas éstos que no fueron objeto de discusión
entre las partes.
191. La Corte estima que esa indemnización puede ser convenida entre
las
partes. Si no se llegara a un acuerdo al respecto, la Corte la fijará,
para
lo cual mantendrá abierto el presente caso. La Corte se reserva el derecho
de homologar el acuerdo y la potestad de fijar el monto y la forma, si no lo
hubiere.
192. En el Reglamento actual de la Corte las relaciones jurídicas procesales
se establecen entre la Comisión, el Estado o Estados que intervienen
en el
caso y la Corte misma, situación ésta que subsiste mientras no
se haya
cerrado el procedimiento. Al mantenerlo abierto la Corte, lo procedente es
que el acuerdo a que se refiere el párrafo anterior sea concluido entre
el
Gobierno y la Comisión aunque, por supuesto, los destinatarios directos
de
la indemnización sean los familiares de la víctima y sin que ello
implique,
de ningún modo, un pronunciamiento sobre el significado de la palabra
"partes" en otro contexto del sistema normativo de la Convención.
XIII
193. No aparece en los autos solicitud de condenatoria en costas y no es
procedente que la Corte se pronuncie sobre ellas (art. 45.1 del Reglamento).
XIV
194. POR TANTO,
LA CORTE,
por unanimidad
1. Desestima la excepción preliminar de no agotamiento de los recursos
internos opuesta por el Gobierno de Honduras.
por unanimidad
2. Declara que Honduras ha violado en perjuicio de Angel Manfredo Velásquez
Rodríguez los deberes de respeto y de garantía del derecho a la
libertad
personal reconocido en el artículo 7 de la Convención, en conexión
con el
artículo 1.1 de la misma.
por unanimidad
3. Declara que Honduras ha violado en perjuicio de Angel Manfredo Velásquez
Rodríguez los deberes de respeto y de garantía del derecho a la
integridad
personal reconocido en el artículo 5 de la Convención, en conexión
con el
artículo 1.1 de la misma.
por unanimidad
4. Declara que Honduras ha violado en perjuicio de Angel Manfredo Velásquez
Rodríguez el deber de garantía del derecho a la vida reconocido
en el
artículo 4 de la Convención, en conexión con el artículo
1.1 de la misma.
por unanimidad
5. Decide que Honduras está obligada a pagar una justa indemnización
compensatoria a los familiares de la víctima.
por seis votos contra uno
6. Decide que la forma y la cuantía de esta indemnización serán
fijadas por
la Corte en caso de que el Estado de Honduras y la Comisión no se pongan
de
acuerdo al respecto en un período de seis meses contados a partir de
la
fecha de esta sentencia, y deja abierto, para ese efecto, el procedimiento.
por unanimidad
7. Decide que el acuerdo sobre la forma y la cuantía de la indemnización
deberá ser homologado por la Corte.
por unanimidad
8. No encuentra procedente pronunciarse sobre costas.
Redactada en español e inglés, haciendo fe el texto en español.
Leída en
sesión pública en la sede de la Corte en San José, Costa
Rica, el 29 de
julio de 1988.
(f) RAFAEL NIETO NAVIA
Presidente
(f)HÉCTOR GROS ESPIELL (f)RODOLFO E. PIZA E.
(f)THOMAS BUERGENTHAL (f)PEDRO NIKKEN
(f)HÉCTOR FIX-ZAMUDIO (f)RIGOBERTO ESPINAL IRÍAS
(f)CHARLES MOYER
Secretario
--------------------------------------------------------------------------------
VOTO DISIDENTE DEL JUEZ PIZA ESCALANTE
1. No habría tenido reserva alguna para suscribir la totalidad de la
sentencia si el punto 6º se hubiera redactado en términos como los
siguientes:
6. Decide que la forma y cuantía de esta indemnización serán
fijadas por la
Corte en caso de que las partes, con intervención de la Comisión,
no se
pongan de acuerdo al respecto en un período de seis meses a partir de
la
fecha de esta sentencia, y deja abierto para ese efecto el procedimiento.
Incluso habría concurrido en una decisión menos definitiva, que
se remitiera
solamente al acuerdo de las partes, en la forma en que la propia Corte
razonó sus conclusiones en el párrafo 191 de la misma, sin referirse
a la
Comisión; aunque no las del párrafo 192, sobre las cuales también
formulo mi
reserva.
2. Mi disidencia, así, no lo es del todo con el fondo ni con el sentido
fundamental de esa disposición, en cuanto reserva a la Corte la decisión
final sobre la indemnización ahora otorgada en abstracto, dejando a las
partes la iniciativa para convenirla en el plazo estipulado, sino tan sólo
con la titularidad de la condición de parte a ese efecto, que el voto
de la
mayoría reconoce a la Comisión, pero no a los causahabientes de
la víctima.
3. Salvo mi voto, pues, por la necesidad de ser consecuente con mi
interpretación de la Convención y de los propios Reglamentos de
la Comisión
y de la Corte, de que, en el proceso ante ésta, la única parte
activa, en
sentido sustancial, son la víctima o sus causahabientes, titulares de
los
derechos reclamados y acreedores de las prestaciones que en la sentencia se
declaren, en consonancia con el texto del artículo 63.1 de la Convención,
el
cual incluye expresamente
. . . el pago de una justa indemnización a la parte lesionada.
En cambio la Comisión, parte imparcial e instrumental, al modo de Ministerio
Público del sistema interamericano de protección de los derechos
humanos, lo
es solamente en el sentido procesal, como actora en el juicio, nunca en el
sustancial o material, como acreedora de la sentencia (arts. 57 y 61 de la
Convención, 19 inc. b) del Reglamento de la Comisión y 28 del
Estatuto de la
Corte).
4. Esa tesis, por lo demás, es la misma que he sostenido consistentemente,
en general sobre las partes en el proceso ante la Corte, por lo menos desde
mis votos particulares sobre las resoluciones dictadas en 1981 y 1983, en el
caso "Viviana Gallardo y otras" (vide, p. ej., resolución del
13 de
noviembre de 1981, voto razonado del Juez Piza, párr. 8, y resolución
del 8
de setiembre de 1983, voto salvado del Juez Piza, párrs. 36, 39 y punto
resolutivo 8º, última donde sostuve, entre otras cosas:
39. . . . que, a mi juicio, las 'partes' en sentido sustancial son . . . :
a) el Estado de Costa Rica como 'parte pasiva', a la que se imputan las
violaciones y deudora eventual de su reparación . . . y b) como 'parte
activa', titular de los derechos reclamados y, por ende, acreedora de una
eventual sentencia estimatoria, las víctimas . . . . La Comisión
no es
'parte' en ningún sentido sustancial, porque no es titular de derechos
ni
deberes que hayan de ser o puedan ser declarados o constituidos por la
sentencia).
5. Lo resuelto por la mayoría resulta, aunque válido, insuficiente,
en
cuanto no recoge, a mi juicio, la condición de parte de los causahabientes
de Manfredo Velásquez de conformidad con el citado artículo 63.1
de la
Convención, y, también, con lo dispuesto sobre el contenido de
la sentencia
por el artículo 45. 2 y 3 del Reglamento de la Corte, como sigue:
2. Cuando la Corte decida que hay una violación de la Convención,
tomará en
la misma sentencia una decisión sobre la aplicación del artículo
63.1 de la
Convención, si dicho asunto después de haber sido presentado de
conformidad
con el artículo 43 del presente Reglamento, estuviese listo para una
decisión; si no lo estuviese, la Corte decidirá el procedimiento
a seguir.
Por el contrario, si el asunto en mención no ha sido presentado bajo
el
artículo 43, la Corte determinará el período dentro del
que puede ser
presentado por una parte o por la Comisión.
3. Si la Corte ha sido informada de que el lesionado y la parte responsable
han llegado a un acuerdo, verificará que el acuerdo sea justo.
6. En esos mismos votos particulares expuse, además, mi tesis sobre
la
situación de las partes en sentido procesal, o sea, no ya como acreedora
y
deudora del contenido de la sentencia, sino como actora y demandada en el
proceso, en términos como los siguientes:
40. . . . no existe ninguna razón valedera para negar a las propias
víctimas, 'parte activa' sustancial, su condición autónoma
de 'parte activa'
procesal. . . . "a mi juicio, lo único que la Convención
veda al ser humano
es la 'iniciativa de la acción' (art. 61.1), limitación que, como
tal, es
'materia odiosa' a la luz de los principios de manera que debe interpretarse
restrictivamente. En consecuencia, no es dable derivar de esa limitación
la
conclusión de que también le está vedada al ser humano
su condición autónoma
de 'parte' en el proceso, una vez que éste se haya iniciado ... En lo
que se
refiere a la Comisión Interamericana, que debe comparecer en todos los
casos
ante la Corte . . . ésta es claramente una 'parte sui generis', puramente
procesal, auxiliar de la justicia, a la manera de un 'ministerio público'
del sistema interamericano de protección de los derechos humanos"
(resolución del 8 de setiembre de 1983).
Lo anterior me obliga, pues, como dije (supra párr. 1), a plantear mi
reserva expresa sobre el párrafo considerativo 192, en tanto coloca a
la
Comisión como única parte procesal frente al Estado o Estados
que
intervengan en un caso ante la Corte, sin reconocer la legitimación
autónoma, incluso en el sentido meramente procesal, de las víctimas
o sus
causahabientes, entre otros.
7. Por lo demás, considero que, si la Convención y los reglamentos
de la
Comisión y de la Corte autorizan, en general, formas de solución
amistosa
antes o después de planteado el proceso ante la Corte, siempre en manos
directamente de la parte lesionada y tan sólo con la intervención
mediadora
o fiscalizadora de la Comisión, carece de sentido que ahora, al autorizar
un
acuerdo directo para después de la sentencia que ha condenado en abstracto
al pago de una indemnización, lo haga invistiendo a la Comisión,
para esos
efectos, de la condición de única parte frente al Estado responsable,
en
lugar de los causahabientes de Manfredo Velásquez, únicos acreedores
de esa
indemnización.
Al respecto, se explican por sí solas disposiciones como las siguientes:
Convención
Artículo 48
1. La Comisión, al recibir una petición o comunicación
en la que se alegue
la violación de cualquiera de los derechos que consagra esta Convención
. .
.
f. se pondrá a disposición de las partes interesadas, a fin de
llegar a una
solución amistosa del asunto fundada en el respeto a los derechos humanos
reconocidos en esta Convención.
Reglamento de la Comisión:
Artículo 45 (solución amistosa)
1. A solicitud de cualquiera de las partes, o por iniciativa propia, la
Comisión se pondrá a disposición de las mismas, en cualquier
etapa del
examen de una petición, a fin de llegar a una solución amistosa
del asunto,
fundada en el respeto de los derechos humanos establecidos en la Convención
Americana sobre Derechos Humanos . . .
Reglamento de la Corte:
Artículo 42 (desistimiento y cancelación de la instancia) . . .
2. Cuando en una causa presentada ante la Corte por la Comisión, aquélla
recibiere comunicación de una solución amistosa, de una avenencia
o de otro
hecho apto para proporcionar una solución al litigio, podrá llegado
el caso,
cancelar la instancia y archivar el expediente, después de haber recabado
la
opinión de los delegados de la Comisión . . .
En relación con esta última disposición, es evidente que
si la 'parte' en la
solución amistosa hubiera sido la misma Comisión, sería
absurdo que la Corte
después tuviera que recabar su opinión para ordenar la cancelación
de la
instancia y el archivo del expediente.
8. Nada de lo anterior significa que yo no comprenda o no comparta la
inquietud que la decisión de la mayoría parece revelar, en el
sentido de que
la Comisión está, posiblemente, en mejores condiciones reales
para velar
porque los intereses de los causahabientes de Manfredo Velásquez no se
vean
menoscabados por la prepotencia del Gobierno, o la de que un acuerdo
específico entre éste y la Comisión podría tener
la relativa mayor eficacia
propia de un convenio internacional. Sin embargo, considero:
a) En cuanto a lo primero, que la Corte está obligada a aplicar las
normas
de la Convención y de su Reglamento de conformidad con su sentido objetivo,
y, para mí, el texto claro de esas normas no autoriza la interpretación
adoptada.
b) De todos modos, yo no he pretendido en ningún momento que la Comisión
no
participe activamente en la negociación de un acuerdo con el Gobierno
respecto de la indemnización ordenada por la sentencia. Mi redacción
principal lo decía expresamente, e inclusive en mi disposición
de aceptar
una simple referencia a "las partes" estaba también implícita
su
participación, desde luego que la Corte se reserva en todo caso la potestad
de homologar ese acuerdo (punto resolutivo 7º, adoptado por unanimidad).
c) En cuanto a la eficacia del convenio, no me preocupa cuál sea su
régimen
jurídico --nacional o internacional--, porque de todo modos la validez
y la
fuerza de ese acuerdo en ambos órdenes se derivarán de la propia
Convención,
en virtud de la sentencia misma y de la posterior homologación o aprobación
formal de la Corte, disposición que gozaría de ejecutividad, tanto
en el
orden internacional como en el interno, conforme al texto expreso del
artículo 68.2 de la Convención, en el sentido de que
2. La parte del fallo que disponga indemnización compensatoria se podrá
ejecutar en el respectivo país por el procedimiento interno vigente para
la
ejecución de sentencias contra el Estado.
d) Por lo demás, no debe olvidarse que la pendencia establecida en la
sentencia es solamente de seis meses, vencidos los cuales el asunto volverá
a conocimiento de la Corte, sea para homologar el acuerdo de las partes
(punto resolutivo 7º), sea para fijar ella misma la forma y el monto de
la
indemnización (punto resolutivo 6º), llevado por la Comisión
o por los
propios interesados, en la forma prevista por el artículo 45.2 y .3 del
Reglamento de la Corte ya citado, según el cual
2. . . . la Corte determinará el período dentro del que puede
ser presentado
por una parte o por la Comisión.
3. Si la Corte ha sido informada de que el lesionado y la parte responsable
han llegado a un acuerdo, verificará que el acuerdo sea justo.
(f)RODOLFO E. PIZA ESCALANTE
(f)CHARLES MOYER
Secretario.-