DIEZ REGLAS PARA ESCRIBIR UN TRATADO
En su magnífica obra Tratado de los tratados (tomos I, II, III y IV, Ediciones Karaotz, Buenos Aires, 1980) el ilustre profesor José Seistredós brinda una serie de invalorables directivas a tener en cuenta para escribir un libro «científico». Siguiendo sus enseñanzas, hemos resumido, adaptado (y plagiado) sus consejos, con la finalidad de que sean «útiles» a los selectos lectores de este foro, desligándonos desde ya de cualquier tipo de responsabilidad:
1°) Compre dos o tres libros sobre una cuestión que le interese: léalos someramente, como para «estar en tema»;
2°) Busque en una biblioteca un libro muy antiguo y poco conocido, o escrito en algún idioma extranjero de escasa difusión (sánscrito, berebere, zulú, etc.);
3°) Cópielo íntegramente e interpólele algunas frases tomadas de los dos o tres libros leídos anteriormente;
4°) Incluya las citas bibliográficas de todos estos libros y agregue a «su» tratado un índice de «autores citados». Esto es muy útil, al permitir que los demás autores, que comienzan la lectura de un libro por esa parte de atrás, se encuentren mencionados y compren de inmediato su libro;
5°) Procure que su erudición no aparezca como exagerada. De lo contrario es posible que algún lector inteligente cuya existencia no debe ser descartada dude de que Ud. haya pasado 100 años leyendo e investigando, cuando aún no ha cumplido 30 años de edad. También puede haber un sujeto envidioso que diga que si Ud. hubiese leído los 800 o 900 libros que cita, hubiera podido escribir un libro mejor;
6°) Repase el resultado final para tratar de pulir las frases y, sobre todo, hacerlas más extensas y diferenciadas de las de los autores seguidos como «modelo». Además de evitar demandas por plagio, logrará que su libro resulte con un lomo ancho para que su nombre luzca bien impreso en él;
7°) Cuide mucho el estilo literario: una frase totalmente vacua puede parecer brillante si está bien redactada;
8°) De esta lectura final adquiera tres o cuatro ideas básicas y repítalas hasta que esté convencido de que son suyas y dispuesto a defenderlas de cualquier crítica y en cualquier terreno, menos, por supuesto, en el del honor;
9°) Hable con el editor para que le ponga el título al libro, según su olfato comercial y de acuerdo con las materias más solicitadas en esos momentos por los lectores. No se preocupe si dicho título no tiene nada que ver con el contenido de su trabajo o si, a raíz del criterio editorial, su obra termina llamándose «Medidas autosatisfactivas y otros delitos contra la honestidad»; «Sociedad conyugal Ley 19.550»; o bien «Comercio electrónico Antecedentes históricos desde el Derecho Romano a la actualidad»;
10) Una vez publicado, Ud. será ya «autor». Tendrá por ello la inmensa satisfacción ¿científica? de verse citado por otros autores, al menos los que Ud. citó, pues cada autor citado contrae para con Ud. una doble obligación moral: a) elogiar su libro; y b) a la vez, citarlo, por si algún curioso va después y lo lee y encuentra que ese autor es citado por Ud.. De esta forma, puede Ud. auto-enorgullecerse ad infinitum.
Y lo que es peor: encontrar estímulo para seguir escribiendo.
Autor: R.M.G.Z
Un día muy luminoso y soleado, un conejo salió de su cueva con su notebook y se puso a trabajar, muy concentrado. Poco después, pasó por allí un zorro y vio aquel suculento conejito, tan distraído, que se le hizo agua la boca. Quedó tan intrigado con la actividad del conejo que, curioso, se le aproximó y le preguntó:
- Conejito. ¿Qué estás haciendo, tan con concentrado?
- Estoy redactando mi tesis de doctorado -dijo el conejito, sin sacar los ojos de su trabajo-.
- Hummm... ¿y cuál es el tema de tu tesis?
- Ah, es una teoría que prueba que los conejos son los verdaderos predadores naturales de los zorros.
El zorro quedó indignado.
- ¿Qué? ¡Eso es ridículo! ¡Nosotros somos los predadores de los conejos!
-¡Absolutamente no! Ven conmigo a mi cueva y te mostraré mi prueba experimental.
El zorro y el conejo entraron en la cueva. Unos instantes después se oyeron algunos ruidos indescifrables, algunos pocos gruñidos y después silencio. Enseguida el conejo volvió sólito y retomó su trabajo de tesis, como si nada hubiera sucedido.
Media hora después, pasó un lobo. Al ver el apetitoso conejito, tan distraído, agradeció mentalmente a la cadena alimentaria por haber garantizado su almuerzo.
Sin embargo, el lobo también estaba intrigado ante un conejo que trabajaba con tanta concentración y resolvió averiguarlo, antes de devorárselo: - Hola, joven conejito. ¿Qué haces trabajando tan duramente?
- Mi tesis de doctorado, señor lobo. Es una teoría que vengo desarrollando desde hace algún tiempo, que prueba que nosotros, los conejos, somos los grandes predadores naturales de varios animales carnívoros, inclusive de los lobos.
El lobo no pudo contener la risa y estalló en carcajadas ante la petulancia del conejo.
- ¡Jah, jah, jah, jah! ¡Conejito, apetitoso conejito! Esto es un despropósito. Somos nosotros, los lobos, los genuinos predadores naturales de los conejos. Y ahora, ¡terminemos con esta charla absurda!
- Discúlpeme, pero si Ud. quiere, yo puedo presentarle mi prueba experimental. ¿Gustaría de acompañarme hasta mi cueva?
El lobo no podía creer en su tan buena suerte. Ambos desaparecieron cueva adentro. Unos instantes después, se oyeron unos aullidos desesperados, ruidos de masticación, y luego, silencio.
Una vez más, el conejo volvió solo, impasible y retornó al trabajo de redacción de su tesis, como si nada hubiese ocurrido.
Dentro de la cueva del conejo, se veía una enorme pila de huesos ensangrentados mezclados con pelos de ex zorros y, a su lado, otra pila todavía mayor de huesos y restos mortales de los que un día fueron lobos. Entre las dos pilas de huesos, un enorme león sonriente, bien alimentado, se relamía satisfecho.
Moraleja:
1. No importa cuan absurdo sea el tema de su tesis.
2. No importa si no tiene el más mínimo fundamento científico.
3. No importa si tus experimentos jamás llegan a probar tu teoría.
4. No importa ni siquiera si tus ideas contradicen los más obvios conceptos de la lógica.
5. Lo que verdaderamente importa es ¡Quién es tu padrino!