La gente hace chistes de abogados. Pero nadie habla de los notarios. Y no lo puedo entender, porque la sola existencia de los notarios y las notarías es un insulto a la modernidad, a la libertad de mercado y, todavía más grave, al sentido común y al buen gusto.
Veamos:
Un notario es un señor cuya única función consiste en dar fé de que las cosas son como parece que son cuando firmamos para que así sean. Es un trabajo en el que ganas plata básicamente por estar ahí. Las cosas pasan y tu simplemente estás ahí, notando que pasan. Suena inútil. Y lo es. Suena arcaico: algo como escribano, costurera, carbonero o deshollinador; una profesión que en tiempos de mundo plano, Internet 2.0 y terapia génica definitivamente debió haber dejado de existir. Pero existe.
Ahora bien. Si a alguien le pagan SOLAMENTE para dar fé, testificar, notar y observar cosas, uno esperaría que el tipo estuviera atento, ojo al charqui, paseándose cual sargento revisando uniformes en película gringa o por último sentado en una posición alta y con prismáticos, como juez de tenis.
Pero nada. Un tipo cuya única obligación es ser testigo, está siempre encerrado en una oficina, aislado de todo lo testificable, ciego a contratos, herencias, prendas, compromisos y cesiones. He visitado notarías unas veinte veces en mi vida y siempre me atienden unas dependientas con aspecto de cocinera de la fuente alemana, pero sin lomitos ni cosas ricas, sino que con cara de impaciencia y aspecto de incapacidad total para dar fé o testificar ninguna cosa que no haya sacado número y esperado veinte minutos. ¿Y el señor notario? En la oficina, firmando. ¿Y quién da fé? La vieja enojada que te recibe el papel sin mirarlo y lo pone en una ruma secuencial digna de Mr. Ford. Y obviamente te cobra. Por algo que no contribuye en nada a hacer del mundo un lugar mejor.
Perdónenme, pero si la idea tuvo sentido en algún momento, dejó de tenerlo hace mucho tiempo. Tiene que haber una mejor forma de asegurar que tú eres tú, que tu firma es tu firma y que ese maldito contrato es el que en verdad quisiste firmar.
Y lo que no pasaría de ser una anécdota y un mal rato cuando te tocó ir se enturbia cuando sacas la cuenta y piensas cuanto gana una notaría al día, al mes, al año. Y piensas que alguien los designa y perpetúa el sistema. ¿Qué hay que hacer para ser notario? ¿Cualquiera puede serlo? ¿Compiten realmente las notarías? ¿O rentan y funcionan como los pequeños monopolios que parecen?
Sin embargo, señores notarios, no tengo nada personal con ustedes. Es cierto, ganan plata sin hacer lo que se supone que hacen. Es cierto, algo huele mal en Dinamarca. Es cierto, me da rabia cada vez que debo pasar, sacar número, esperar y pagar porque me pongan un timbre. Pero sé que en el fondo, bien en el fondo, ustedes son víctimas de un sistema perverso. Y digo víctimas, porque lo veo con claridad. A pesar de todo, no son ustedes felices. Los he divisado a través de las persianas, solos en sus escritorios enchapados, fuera de época, tapados de papeles, pensando en campos verdes, en libertad, en otro tipo de vida. Pero ahí están, prisioneros de sus propios privilegios, monopolios, dávidas e importancia de papel. ¿Alguien imagina un notario feliz? Yo no puedo hacerlo. Yo imagino siempre un notario con cabeza baja, ceño fruncido y mirada de desencanto.
Un notario que firma sin parar pensando en qué le dirá a su señora cuando vuelva a casa por la tarde y ella le pregunte tiernamente cómo cada día durante los últimos quince años:
- ¿Cómo estuvo el trabajo, gordo?
Y él responda, sin otra alternativa:
- Lo mismo de siempre.
Y no estará, como otros maridos, cambiando de tema. En su caso, como cada día durante los últimos diez años, estará diciendo la pura y santa verdad.
naaaaa ser notario q aburrido eso si ganan plata sin hacer nada pero .............marche terapia!!!!!