Escribo recién llegada a
Argentina, donde se percibe una histeria popular con la
gripe A. No es de extrañar, si se tiene en cuenta que se han cerrado los teatros, se han cancelado los actos públicos, hay más de 100.000 afectados, y se ha superado la barrera de los 60 muertos.
Preguntada por ello en el prestigioso programa de Marcelo Longobardi en Radio 1, mi respuesta ha avalado la gestión española de la crisis. Tanto la consellera
Marina Geli, como las autoridades centrales, estuvieron al pie del cañón desde el primer momento, la información fue transparente, la ciudadanía observó una gestión seria y, el presumible pánico colectivo se abortó de raíz.
Más allá de la lógica opositora y de contingencias concretas, tanto el Gobierno español, como los autonómicos, hicieron lo que parecía más serio y correcto. Sinceramente, creo que lo hicieron bien, teniendo en cuenta que nos enfrentamos a una pandemia de comportamiento desconocido.
También es el caso en México, donde el propio presidente se puso a dirigir la lucha contra esa variante nueva de gripe y la rápida reacción de su Ejecutivo fue clave para controlar el problema. En Argentina, en cambio, se cometieron tantos errores, que la suma de todos ellos podría figurar como estudio en ciencias políticas: "Lo que nunca se debe hacer, para gestionar correctamente una crisis sanitaria". O, mejor aún, "cómo cometer todos los errores del manual", empezando por el más grave: la mentira.
El gabinete Kirchner mintió sobre la dimensión de la crisis sanitaria, mintió tanto, que hoy los argentinos desconfían completamente de su gobierno, y no saben a qué se enfrentan. Y esa es la peor de las situaciones cuando ataca una pandemia. Las cifras son rotundas. Durante la campaña electoral, y con el aliento de la presumible derrota en el cogote, los Kirchner tuvieron un evidente ataque de pánico, y redujeron el grave problema argentino a 1.500 personas afectadas.
Es decir, despreciaron la obligación democrática de decir la verdad a los ciudadanos, impusieron, por opacidad, un toque de queda informativo, no crearon el necesario equipo de urgencia público, y motivaron el caos posterior. Después de las elecciones, la cifra pasó de los 1.500 a los 100.000 de golpe, y así, sin anestesia, los argentinos supieron tres cosas: que su gobierno había jugado con una crisis sanitaria, por interés personal; que había mentido informativamente; y que el país sufría una pandemia de primera magnitud.
Para rematar, en plena crisis, la presidenta se fue de paseo a Honduras, a salvar a los hondureños de sí mismos, haciendo buena la frase que dice que "quien no tiene trabajo, peina el gato". Resultado final: miedo colectivo, crisis turística, desconcierto ciudadano y un gobierno en caída libre. No lo hacen peor porque no se entrenan.
Autor: Pilar Rahola; ex vicealcaldesa de Barcelona
FUENTE:
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