Se está observando, una vez más, escenas de una de las películas más temidas por los economistas: la caída en la demanda de dinero por parte del público.
Y el temor está justificado por recuerdos de ingratas experiencias: hubo otros momentos en los que el país supo lo que significa tener una moneda que nadie quiere retener por mucho tiempo en sus bolsillos.
Cualquier argentino de más de 40 años tiene en su memoria el recuerdo imborrable del de finales de los '80, cuando los billetes de australes perdían su valor a una velocidad tan acelerada que la gente hacía lo que fuera por sacárselos de encima.
La conducta típica de los asalariados era comprar la mayor cantidad de productos de almacén posible ni bien cobraban el sueldo, porque sabían que guardar el dinero equivalía a adquirir muchas menos cosas en las semanas siguientes.
Algunos empresarios o comerciantes, por el contrario, preferían no vender, precisamente especulando con que esa mercadería iba a estar más cara al día siguiente y para no llenarse de billetes que se devaluaban.
Quienes tenían capacidad de ahorro corrían a cambiar moneda nacional por dólares, al precio que fuera.
Lo que pone más nerviosos a los economistas es que cuando se llega a esa situación en la que la gente quiere desprenderse de los pesos, la inflación se produce aun sin que el Banco Central abuse de "la maquinita" de hacer billetes.
Los precios suben igual porque rotan más rápido y ello actúa como un multiplicador de la cantidad de dinero existente.
Si hay alguien con autoridad para hablar del tema es Javier González Fraga, que ocupó la presidencia del Banco Central en plena crisis hiperinflacionaria.
Este economista asegura que ve síntomas peligrosos en la actualidad: "Me tocó asumir en el 89 y la inflación fue del 300% el primer fin de semana y no es que alguien se había vuelto loco emitiendo. Lo que ocurre es que en algún momento colapsa la demanda de dinero y ahí es cuando la inflación se acelera", recuerda.
¿Exagera el ex funcionario al comparar el momento actual con la gran crisis de 1989? Si se comparan las cifras de la economía de ambos momentos, podría pensarse que sí. A fin de cuentas, en aquellos tiempos se podía tener en apenas un mes la inflación que hoy se tiene en un año.
Sin embargo, cuando se analiza el tema de fondo, aparecen similitudes preocupantes.
Para empezar, porque la cantidad de dinero en manos del público ya llegó al 25% del PBI, la cifra más alta en cuatro décadas, superior a la que se verificaba en los momentos previos a las crisis inflacionarias, como el Rodrigazo de 1975 y la híper de 1989.
"A mí no me tranquiliza que me digan que el Banco Central va a bajar el ritmo de la expansión monetaria. Porque hoy tenemos todavía una cantidad de dinero que, si la gente decidiera desprenderse, generaría una duplicación de la inflación, aun cuando no aumente la emisión", advierte González Fraga.
Recuerda que hoy día la suba general de precios ya se ubica por encima de 30% y con posibilidades de aceleración.
Un punto de inflexión
Su punto de vista empieza a ser compartido por muchos en el gremio de los economistas. Como Federico Muñoz, que señala: "Estamos presenciando un aumento en la velocidad de circulación".
"Las perspectivas son preocupantes, porque esta aceleración se verifica en un momento en el que prácticamente no quedan anclas que amortigüen las presiones alcistas sobre los precios", agrega, en alusión a que ni el tipo de cambio ni una contención salarial parecen ser una solución viable para morigerar la escalada inflacionaria.
Esto marca un punto de inflexión, porque si había un tema del cual los analistas se asombraban en los últimos años era de cómo, en contra de lo que afirmaba la teoría, los argentinos no se desprendían tan aceleradamente de la moneda local.
El mismo Muñoz señalaba, hace un año, cómo se daba la paradoja de que la velocidad de circulación del dinero bajaba luego de la aplicación del cepo, ya que la gente -sin la opción de dolarizarse y sin saber qué hacer con esos billetes- se los guardaba.
A la hora de buscar explicaciones sobre esa extraña actitud de los argentinos por mantenerlos en sus bolsillos, había varias teorías.
Una indicaba que la fuga de dólares "ayudaba", porque de esa forma el propio público se encargaba de retirar del mercado los pesos que "sobraban" y se los devolvía al Banco Central.
Otros planteaban que como los argentinos habían adoptado la postura de defenderse de la inflación mediante la compra de bienes -el fenómeno bautizado como "fuga al consumo"- entonces la emisión de dinero terminaba reactivando la economía, sin que el índice se descontrolara.
Las estrategias comerciales de las empresas de retail ayudaban a esa situación: "El público se quedaba con el efectivo, teniendo la expectativa de encontrar fuertes descuentos para pagar en cash", señala Eduardo Levy Yeyati, docente de la Universidad Di Tella.
Pero lo que todos tenían en claro era que esa situación no iba a ser eterna. Y que si no se corregían los problemas, el Gobierno terminaría pagando cara su controvertida postura oficial según la cual la emisión de dinero no es inflacionaria.
La opinión generalizada es que el abuso de medidas que implicaban mayor gasto público fue lo que terminó por cortar con esta "inmunidad" que había conseguido el modelo K.
"Se ha consumido toda la riqueza acumulada. Utilizaron al máximo los fondos de la Anses y ahora cada medida que toma el Gobierno genera efectos contraproducentes", afirma Jorge Remes Lenicov, ex ministro de Economía.
Su punto de vista es que el margen de acción de la administración K se va acotando, porque iniciativas que en otro momento podrían haber ayudado a resolver distorsiones -tales como un sinceramiento tarifario o una mayor devaluación- hoy incluso pueden acelerar la huída del dinero.
Un "delay" cada vez más corto
Para la mayoría de los analistas, la reciente escapada del dólar blue -pese a los esfuerzos del nuevo equipo económico por intervenir en ese mercado mediante la venta de bonos- es un síntoma inequívoco de que el "monstruo" de la caída en la demanda de dinero ya se está desperezando.
"Cuando se crean demasiados billetes, la sociedad empieza a darle la espalda a la moneda nacional y rápidamente se da un traslado hacia el dólar. Esto ocurre porque no hay herramientas al alcance de la gente para defenderse de la inflación", afirma Jorge Todesca, titular de la consultora Finsoport.
El economista Tomás Bulat señala otro indicador del problema: "La gente se está desbancarizando. El circulante desde el año pasado creció 85% y los depósitos en los bancos sólo el 58%".
El peligro de esa abundancia de "liquidez de una moneda que no quieren conservar", en un momento en el que la economía está virtualmente estancada es que, según Bulat, "un día converjan todas las expectativas y salten al dólar".
Cuánto puede empeorar la situación es algo que no está todavía claro, porque dependerá de las medidas del Ejecutivo, que todavía guarda cierto margen de acción.
Para González Fraga, un tema a seguir de cerca son las paritarias, ya que un desborde en las demandas salariales podría imprimirle velocidad a todo el proceso.
Ese problema, el de la aceleración, es una de las características típicas de cuando la demanda de dinero cae y la inflación empieza a subir a escalones más altos.
Una máxima del ex titular de la Fed, Alan Greenspan, señalaba que los cambios en las políticas monetarias tardaban no menos de 18 meses en impactar en los precios. Pero esto no es válido para todos los países.
Claramente no lo es para la Argentina, donde los economistas estiman la reacción en nueve meses, con tendencia al acortamiento. Pero además ese período se va abreviando a medida que se perfeccionan los mecanismos indexatorios.
Por cierto, la situación no se compara con la vivida en los años '80, cuando el impacto de la emisión inflacionaria se hacía notorio tras un período de tres meses, con un dramático acorte a tres semanas en el peor momento de la crisis.
Esto no significa que no haya que preocuparse. Según otro ex ministro, Martín Lousteau, "hoy estamos viviendo escaladas inflacionarias de cosas que hicimos hace tiempo".
Perspectivas poco alentadoras
El panorama no es fácil, porque muchas de las medidas más criticadas del Gobierno están actuando, paradójicamente, como un ralentizador de este problema. El caso más elocuente es el cepo cambiario, pese a haberse flexibilizado.
Un informe de la consultora Economía&Regiones -no precisamente de las que elogian al Gobierno- afirma categóricamente: "El cepo cambiario impide que se demanden dólares a más velocidad. Sin restricciones, la estrategia actual sería explosiva".
De todas maneras, advierte que sin un ataque frontal al problema fiscal, la situación se agravará inexorablemente. El gremio de los economistas afirma que el Gobierno juega con fuego al insistir en que la emisión de dinero no genera inflación.
¿Puede esperarse un cambio de rumbo? Los antecedentes de Kicillof indican que no.
En una de sus visitas al Congreso para defender la política económica, eligió rebatir el argumento "ortodoxo" señalando que en los países del "primer mundo" los gobernantes están dándole a "la maquinita" con entusiasmo, sin que nadie tema que eso pueda ser inflacionario.
"Para los que piensan que la emisión es la causa exclusiva del incremento de precios, les recuerdo que vivimos en un laboratorio de expansión monetaria. Estados Unidos cuadruplicó su base monetaria, la Unión Europea la duplicó y el Banco de Inglaterra la cuadruplicó. ¿Y en esos países hay riesgo de inflación? No", enfatizó Kicillof.
En aquella ocasión, desde la vereda de enfrente le contestaron con munición gruesa. Uno de ellos fue Lucas Llach, docente de la Universidad Di Tella, quien sostuvo que el funcionario no interpreta bien el concepto de la demanda de dinero.
En otras palabras, acusó a Kicillof de no darse cuenta de la diferencia entre emitir un dólar y un peso.